6 sept 2018

LETANÍAS DEL JINETE CATÓLICO




















ADOLFO BOTÍN POLANCO

"El caballo es un animal cuadrúpedo e implume. Ningún caballo es perro, aunque suelan repetirlo con frecuencia los malos jinetes. Los hombres rebuznan, desde luego, con mucha más facilidad que los caballos ladran. Y ese aforismo es ofensivo a la vez para el amigo del hombre y para su más útil conquista." 



LETANÍAS DEL JINETE CATÓLICO
(Es decir, universal))



¡Líbranos Señor! ¡En tu divina misericordia, líbranos!

De los que creen que el que hace un cesto hace ciento...
De los que tocan la flauta por casualidad...
     ¡Lïbranos Señor!
De las mujeres que, montadas a un lado, doman caballos...
De las que montan a horcajadas...
De todas las yeguas...
     ¡Líbranos Señor!
De los jinetes que ningún caballo es capaz de tirar...
De los que no se cayeron nunca...De los que corren las espuelas...
De los que se agarran mucho...
     ¡Líbranos Señor!
De los que quieren aprenderlo todo en una lección...
De los que lo saben todo sin haberlo aprendido nunca...
De los que enseñan lo que no saben...
     ¡Líbranos Señor!
De los grandes héroes de aventuras imaginarias...
De los jinetes de tribuna, que ven muy bien y siempre hicieron muy mal...
De los que creen que ciertas cosas extraordinarias le están reservadas...
     ¡Líbranos Señor!
De los que llevan el estribo en la punta del pie...
De los que galopan a la inglesa...
De los que montan en carreras con guantes...
     ¡Líbranos Señor!
De los que se durmieron sobre el Fillis...
Del empacho de bípedos y apoyos...
De los Kilográmetros....
     ¡Líbranos Señor!
De los que aprendieron a montar en Andalucía y no lo olvidaron enseguida...
De los que suben por el estribo...
De los que montan con leguis...
De los palafreneros de Palacio...
     ¡Líbranos Señor!
De los que no leen nunca...
De los que cree todo lo que leen
De los que escribieron cuanto leyeron...

    ¡Líbranos Señor! ¡En tu divina misericordia, líbranos! 





EL CABALLO ALAZÁN
Poema de Abenjafacha de Alcira, un verdadero madrigal de amante apasionado:

Era un caballo alazán
con el cual se encendía la batalla
como con un tizón de coraje.
Su pelo era del color de la flor del granado;
Su oreja, de la forma de una hoja de mirto.
Y, en medio de su color bermejo,
Surgía en su frente una estrella blanca,
Como las níveas burbujas que ríen
En el vaso del rojo vino.


LAS MIESES
Poema de Cadí Iyad
Elegía donde rezuma toda la melancolía de la decadencia ecuestre y guerra del árabe:

Mira el campo sembrado, donde las mieses parecen,
Al inclinarse ante el viento,
Escuadrones de caballería que huyen derrotados,
Sangrando por las heridas de las amapolas


Obtenida satisfacción en las Cortes de Toledo por el Cid a causa de la ofensa hecha a sus hijas por los Infantes de Carrión, el rey manda correr el caballo, y después de correrle, el Cid le ofrece en obsequio

…a Babieca el corredor,
En moros ni en cristianos otro tal non ha oy.

Y el rey rehusa el obsequio diciendo:

Si vos tollies el caballo, no habría tan buen señor,
Tal caballo como este, para tal como vos,
Ca por vos et por el caballo, ondrados somos nos.


REFRÁN HÚNGARO
Recordado por el conde Keyserling

Inteligencia la tienen todos;
Razón, el húsar y el noble.





Pepe Aguilar



POR MUJERES COMO TU



Chevi Sr.

28 ago 2018

LA TRACCIÓN A SANGRE: SOMOS CABALLOS














LA TRACCIÓN A SANGRE: SOMOS CABALLOS



Los textos empáticos con los caballos no surgieron hasta que dejaron de ser el único medio para recorrer largas distancias.

León Tolstói en Krekshino (Rusia) en 1909.



Nadie recuerda cómo estaba el tiempo en Turín el 3 de enero de 1889, pero una cosa sí se sabe: terminó con una terrible tormenta. Friedrich Nietzsche perdió ese día el juicio en la calle de Carlo Alberto, al ver a un cochero azotando a su caballo.


La crítica a los coches tirados por caballos fue habitual en la literatura satírica barroca y en el costumbrismo decimonónico. Francisco de Quevedo los hizo denunciar a sus propietarios en un romance y —casi dos siglos después— Ramón de Mesonero Romanos propuso la ampliación de las aceras de la capital como método para disuadir de su uso, por mencionar sólo dos ejemplos: el primero señalaba que el coche facilitaba la infidelidad y el comportamiento licencioso, y el segundo, que entorpecía el tránsito, pero ninguno de los dos cuestionaba el maltrato a los animales que tiraban de él. Para encontrar ese cuestionamiento es preciso avanzar algunos años, hasta la publicación de La historia de un caballo, de Lev Tolstói (Acantilado, 2018), cuyo protagonista es un animal anciano y enfermo que narra a sus congéneres su vida, atravesada por el maltrato, y Belleza negra, de Anna Sewell (Everest, 2005), cuyo argumento y punto de vista son similares. (Lo mismo sucede en Caballo de batalla, del británico Michael Morpurgo: Círculo de Lectores, 2011). Para que surgieran textos de este tipo, que ponen de manifiesto una empatía y un interés en la vida de los caballos inéditos hasta la fecha, fue necesario que estos dejasen de ser el único medio para recorrer largas distancias. De hecho, y en ese sentido, estos relatos son hijos del ferrocarril de la misma forma en que lo son de una nueva forma de concebir las relaciones humanas de la que (especialmente en el caso del libro de Tolstói) son una metáfora. De esa metáfora puede encontrarse un antecedente en la obra de Henry David Thoreau, quien alguna vez lamentó que el caballo trabajase para el hombre bastante más de lo que el hombre trabajaba para el caballo y estableció el símil sobre el que se fundan libros como el del escritor ruso: caballos y personas deben ser quebrados en su voluntad para convertirse en sujetos productivos, y Thoreau (como es sabido) prefirió no serlo.

War Horse

La importancia del caballo en la historia no puede ser sobreestimada, como señala David W. Anthony en The Horse, the Wheel and Language (2007). Sin embargo, y como señalan los libros de Sewell y Tolstói, es su obsolescencia como medio de locomoción a partir del último tercio del siglo XIX la que impulsa sus apariciones literarias más interesantes. La popularización de las carreras en Reino Unido y su imbricación en la sociabilidad de ese periodo propiciaron el surgimiento de una literatura específica: guías sobre cómo apostar, por ejemplo; pero también novelas como The Kellys and the O’Kellys, de Anthony Trollope (1848); National Velvet, de Enid Bagnold (1935); Herencia mortal (Ediciones B, 1993), de Dick Francis (que fue yóckey además de escritor de novelas policiacas); Seabiscuit, de Laura Hillenbrand (Debate, 2003), o El paraíso de los caballos, de Jane Smiley (Tusquets, 2005), así como varios textos de Charles Bu­kowski, que apostaba frecuente y (según él) bastante exitosamente.

Reino Unido


William Faulkner dedicó a los equinos uno de sus relatos breves más conocidos, Caballos manchados, y su muerte se produjo (probablemente) por la caída de uno: cuando le preguntaron por qué había escrito Santuario (Alfaguara, 2012), su obra más accesible, respondió que necesitaba el dinero “para comprar un buen caballo”. Tess Gallagher, por su parte, trazó una genealogía de perdedores en su cuento El amante de los caballos (Anagrama, 2011) y estos desempeñan un papel preponderante en la obra de Cormac McCarthy, por ejemplo en Todos los hermosos caballos (DeBolsillo, 2012); en Sueños de trenes, de Denis Johnson (Literatura Random House, 2015), y en los cuentos de El país del humo, de la argentina Sara Gallardo (El Cuenco de Plata, 2015). También en Aballay, de Antonio Di Benedetto (Adriana Hidalgo, 2010), la historia de un gaucho estilita que decide no volver a bajarse de su caballo hasta purgar sus crímenes, y en la novela de César Aira La liebre (Emecé, 2004), donde el caballo Repetido es el salvoconducto para acceder a la nación indígena. Caballos desbocados, de Yukio Mishima (Alianza, 2012), y Caballo en fuga, de Martin Walser (Alfaguara, 1987); el relato de D. H. Lawrence La mujer que se fue a caballo (Gallo Nero, 2011);¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy (Punto de Lectura, 2007): ninguno habla realmente de él, pero todos recurren al caballo como símbolo. De qué cosa es una pregunta que sólo el lector puede responder, por ejemplo el de Las mejores historias sobre caballos (Siruela, 2000), que incluye relatos de Guy de Maupassant, Rudyard Kipling, Isak Dinesen, Djuna Barnes y Robert Musil.




“Ningún filósofo nos ha comprendido tan plenamente como los perros y los caballos”, escribió Herman Melville; pero un refrán creole recogido por Lafcadio Hearn advierte que “cortarle las orejas a una mula no la convierte en un caballo”. Richard Brautigan dio vida a un vendedor de caballos con patas de madera (un equivalente singularísimo de las mulas de orejas cortas) en su wéstern gótico El monstruo de Hawkline (Blackie Books, 2014), y Daniíl Kharms hizo de uno el testigo involuntario del carácter banal y rutinario de la violencia en la Unión Soviética de la década de 1930 en su cuento ‘Un enjuiciamiento popular’ (en Sucesos; Chancacazo, 2013). Desligado ya de su condición de medio de transporte, carente desde ese momento de toda utilidad aparente, el caballo ha devenido para la literatura algo parecido a un problema, que Sławomir Mrożek resolvió a su manera en ‘Caballitos’, donde se trafica con unos equinos del tamaño de la palma de una mano (en El elefante; Acantilado, 2010). El uso del caballo como moneda de cambio no es una invención del autor polaco, pero éste vuelve angustiante ese uso mediante el recurso a la reducción de tamaño, una estrategia de la que no es ajena Mi novio caballo, de Xiomara Correa (Reservoir Books, 2018): el puro presente sin expectativas que son las relaciones amorosas y el género en este momento histórico exhibe su verdadera condición en este cómic porque uno de sus personajes es un equino que, como el protagonista de BoJack Horseman, es humano.



Qué es un caballo, finalmente. Acerca de ello escribieron recientemente John Gray en su ensayo dedicado a Curzio Malaparte ‘Caballos helados y desiertos de ladrillo’ (en El silencio de los animales; Sexto Piso, 2013) y J. M. Coetzee en Las manos de los maestros (Literatura Random House, 2016). Coetzee comienza hablando en él de la actuación de Marilyn Monroe en Vidas rebeldes (John Houston) para pasar al sacrificio masivo de caballos salvajes en una escena. El Nobel sudafricano no hace propias las palabras de ­Nietzsche, que en Turín abrazó el cuello del caballo y rompió a llorar; pero su solidaridad con el animal se parece singularmente a la del filósofo. Somos caballos, nosotros también.


Cristina Fdez de Valderrama

21 ago 2018

MI VIAJE POR ÁFRICA X



















MI VIAJE POR ÁFRICA X

Parece más prudente intentar descubrir algunos datos sobre el país, en cuanto a su extensión y características, a sus esperanzas y desengaños o a sus realidades e ilusiones antes de intentar formar una opinión propia, aunque sea provisional.
Desde las laderas que se alzan en torno a Nairobi en un día despejado, se puede distinguir la cresta nevada del Monte Kenia, a unas cien millas de distancia, con su abrupta y puntiaguda cumbre vetada de un blanco resplandeciente. En esa misma dirección arranca una carretera-transitable incluso por vagones y vehículos de motor aunque está sin asfaltar-que pasa por Fort Hall y cruza el río Tana. A lo largo de su trayecto existen innumerables parajes por descubrir. Una fértil, salvaje y escabrosa región, abombada por sucesivas ondulaciones y escindida en numerosas gargantas que cobijan arroyos sombreados por magníficos árboles, se va desplegando ante los ojos. Esparcidos por extensas heredades de varios millones de acres, se ven algunos asentamientos de colones que ya están echando raíces y creando su propia forma de vida. Unos se dedican a criar ganado mientras otros cultivan café, una planta que crece en este generoso suelo, con tanta exuberancia como para amenazar su propia extinción. En cierto punto se divisa una plácida manada de avestruces, ovejas y otros animales al cuidado de un niño nativo de unos 11 años; más adelante , se revela una perfecta vaquería, admirablemente equipada.

En uno de los ríos que cruzamos se acaba de construir un embalse y las turbinas ya están preparadas para iluminar Nairobi con energía eléctrica; en las orillas de otro, se proyecta la construcción de un hotel.
En un lugar de esta zona me tropecé con una honrada familia de Hightown, Manchester, abordando con afán el cultivo de una enorme extensión de diez mil acres. Muy cerca de allí, un viejo bóer, que ha recorrido toda África rehuyendo la bandera británica, está sentado ante su cabaña con aire impasible, reconciliado al fin con el régimen británico, tras la experiencia de haber vivido durante unos mese bajo el paternal gobierno de un protectorado vecino. Posee poco ganado y todavía menos capital en efectivo pero tiene las ideas muy claras sobre el paradero de los leones; allí mismo además, conserva el sólido carromato de la Gran Trek, un arca donde refugiarse cuando falta todo lo demás.





AY MI DIOS





Chevi Sr

28 jul 2018

MI VIAJE POR ÁFRICA IX























MI VIAJE POR ÁFRICA IX



En el monte Kenia
La ciudad de Nairobi, capital del Protectorado de África Oriental, se halla situada al pie de unas colinas cubiertas de bosques, a trescientas veintisiete millas de la línea del ferrocarril. Concebida en principio como un lugar idóneo para la instalación de de los espaciosos almacenes y comercios destinados a la construcción y el mantenimiento del ferrocarril, como zona residencial, en cambio, no disfruta de ninguna ventaja.. La población se asienta sobre suelo bajo y pantanoso, disponiendo de escaso abastecimiento de agua y de una situación, en general, bastante insalubre. Una milla más allá, no obstante, sobre terreno más elevado, se habría encontrado una mejor ubicación en una zona que, justo en este momento, empieza a ser parcialmente ocupada por hospitales, cuarteles  y edificios públicos.. Ya es demasiado tarde para modificar el emplazamiento de la ciudad, por lo que esa carencia total de previsión y de una perspectiva de conjunto imprime una huella permanente en la apariencia del nuevo país.

Nuestro tren atraviesa ahora las llanuras de Athi, quizás más abundante en animales de caza que ninguna otra parte del trayecto, aproximándose con rapidez a las largas hileras de casas de estaño de una sola planta que constituyen la ciudad. Nairobi es la típica localidad se Sudáfrica. Me refiero a la Pietermaritzburg o a la Ladysmith de hace veinte años, antes de que crecieran y se multiplicaran los azules gomíferos y las edificaciones de piedra. En su configuración actual quizá sea más parecida a Bulawayo. Su población también es similar a la sudafricana en cuanto a sus características y proporciones. Allí residen en torno a  a quinientos ochenta blancos, tres mil cien indios y diez mil quinientos cincuenta nativos africanos.. Las tiendas y los negocios mucho más importantes de lo que inducirían a pensar estas cifras, satisfacen por completo las variadas necesidades de los colonos y hacendados de una vasta zona.. En Nairobi se encuentran también los almacenes y la base central del Ferrocarril de Uganda, el cuartel general de una brigada del Batallón de Fusileros Reales y la sede del gobierno con su numeroso personnel oficial. La cena de la Asociación de Colonos a la que me invitaron ofrecía el el familiar espectáculo,, aunque impresionante en África central, constituido por largas filas de caballeros vestidos de noche; a su vez, en el baile ofrecido por el gobernador para conmemorar el,el cumpleaños del rey, se distinguía un risueño grupo de hombres uniformados que se fundían con los vistosos vestidos de las damas, en un lugar donde los leones cazaban a sus anchas apenas diez años atrás.

Todos los hombre blancos de Nairobi desempeñaban funciones políticas y, en su mayor parte, el liderazgo de sus propios partidos. Apenas podía creerse que un centro de tan reciente creación fuese a desarrollar unos intereses tan divergentes y contrapuestos, y  que una comunidad tan pequeña pudiera otorgar a cada uno de ellos tan vigorosa, e incluso vehemente, forma de expresión.. A pequeña escala se dan todos los elementos implícitos en cualquier drástico desacuerdo político y racial., todos los ingredientes precisos para un acalorado y agresivo debate. El blanco versus el negro; el indio versus el negro y el blanco; el colono frente al hacendado; la ciudad en contraste con el campo; el estamento oficial contra el que no lo es; la costa y las tierras altas; la compañía del ferrocarril y el Protectorado en general; el Batallón de Fusileros Reales y la Policía de
l Protectorado; todos estos diferentes puntos de vista, surgidos de forma espontánea, adoptados con honestidad, mantenidos con tesón e incapaces, sin embargo, de reconciliarse  en una concepción armónica general, le plantean al viajero un desconcertante galimatías. Pero no sería  acertado apresurarse a tomar partido.


AUN SE ACUERDA DE MI



Chevi Sr.

23 jul 2018

MI VIAJE POR ÁFRICA VIII




















MI VIAJE POR ÁFRICA VIII
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El rinoceronte, una silueta negra como el azabache en medio llano, se hallaba a unas quinientas yardas de distancia; no parecía en absoluto un animal del siglo XX sino una extraña, siniestra y rezagada criatura de la Edad de Piedra. Estaba paciendo con placidez y, por encima de la cabeza, la enorme cúpula nevada del Kilimanjaro se encumbraba en el claro aire de la mañana completando una escena inalterada desde los albores del mundo.
El procedimiento más sencillo para matar a un rinoceronte en un espacio abierto es de una crueldad muy simple. Se considera recomendable elegir un sitio cercano a un árbol prominente, donde resulte posible ser localizado, como centro de enfrentamiento. Si no hay ningún árbol a la vista, debes aproximarte al máximo a la presa desde cualquier punto que no esté expuesto al viento y dispararle directamente a la cabeza o al corazón. Si le aciertas en un punto vital, como sucede a veces, el animal cae abatido. Si le das en cualquier otro punto, cargará contra ti ciego de furia y tendrás que volver a disparar, o no...según sea el caso.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, acometimos la lucha contra el rinoceronte. Habíamos avanzado unas doscientas yardas en su dirección, cuando el grito de uno de los nativos nos paralizó. Lanzamos una penetrante mirada a la derecha. Allí, a menos de ciento cincuenta pasos de distancia, a la sombra de unos arbolillos, se encontraban otros dos monstruos. Unos pasos y, al olfatear en el aire nuestra presencia, se abalanzaron sobre nosotros como rayos: ¡y pensar que podría haber ocurrido cuando ya estuviéramos en tratos con nuestro primer amigo y lo tuviéramos herido y furioso en nuestro poder! Por suerte, alertados a tiempo, en cuestión de minutos rodeamos con sigilo la cima para acabar emergiendo a unos ciento veinte pies de nuestro nuevo objetivo.. De inmediato decidimos matar a uno primero, antes de atacar al otro. A esa distancia parecía fácil acertarle a un blanco tan grande, el ojo del animal, no obstante es pequeño. Disparé yo. El ruido sordo de una bala que golpea con el impacto de más de una tonelada, desgarrando piel, músculos y huesos con la tremenda fuerza de la cordita, resonó con toda claridad. El enorme rinoceronte dio un salto, se volvió tambaleándose en la dirección del sonoro estallido y,acto seguido,emprendió un peculiar trote hacia nosotros, casi tan veloz como el galope de un caballo, moviéndose con una agilidad sorprendente en un animal tan grande y guiado por un propósito inequívoco.

Resulta impresionante el efecto psicológico que provoca un adversario así avanzando. De inmediato disparamos todos. La voluminosa bestia continuó aproximándose como si fuera invulnerable, como una máquina o una especie de barcaza impenetrable a las balas e insensible al dolor y al miedo. Treinta segundos más y se derrumbará. Un intangible velo parece alzarse en el cerebro, revelando una imagen mental, extrañamente iluminada y a la vez inmóvil, donde los objetos adquieren nuevos valores y una simple mancha de hierba blanca a lo lejos, a cuatro o cinco yardas de distancia, parece poseer un oculto significado. Ese es el preciso instante, cuando aun quedan las dos últimas balas antes de agotar todos los recursos de la civilización, en que se debe disparar. Aun así dispongo de tiempo suficiente para plantearme, con cierto distanciamiento, que, despues de todo, los agresores hemos sido nosotros pues, sin mediar provocación alguna, hemos desencadenado la lucha al atacar a un pacífico herbívoro con intenciones.asesinas y que, si existe el bien y el mal en la relación de los seres humanos y las bestias -¿y quien puede asegurar que no?- la justicia está de su lado. Tengo tiempo para darme cuenta de que aturdido y ofuscado por las temibles conclusiones de las modernas armas de fuego, el animal se ha desviado de súbito hacia la derecha para cruzar ante nosotros de costado, con el mismo trote veloz.

Más disparos y, mientras estoy recargando el rifle, alguien me anuncia que se ha desplomado; entonces decido apuntar a su compañero, menos voluminoso, que ya se encuentra en medio de la llanura, a cierta distancia. Pero la caz de un rinoceronte en nada difiere de la de otro, salvo en pequeños detalles, por lo que no voy a entretener más al lector con el relato de esta nueva persecución a muerte. Basta decir que tal enfrentamiento, en lo que respecta a los diversos grados de una experiencia neurótica, me parece del todo equiparable a media hora de intensa escaramuza desplegada en una superficie de seiscientas o setecientas yardas; pero con una significativa diferencia: la guerra conlleva una causa, un deber, una cierta esperanza de gloria, ¿pues quién sabe lo que aún se puede conquistar antes del anochecer? Sin embargo aquí, al final no queda más que una piel, un cuerno o un cadáver que los buitres ya han comenzado a sobrevolar. 




LA FERIA DE LAS FLORES




Chevi Sr