Como Cagancho en Almagro
Cagancho Torero
Es una expresión ya un poco en
desuso; pero todavía hay mucha gente que la conoce y la utiliza. Se dice
«quedar como Cagancho en Almagro» como sinónimo de hacer las cosas
verdaderamente mal y en público. Y es una expresión bonita desde el punto de
vista histórico porque su precedente es muy concreto. Y no hace ni un año que
cumplió ochenta. Por eso hoy quiero contaros de dónde viene.
Lo primero es explicar lo de
Cagancho. Joaquín Rodríguez, de mote Cagancho, fue uno de los más famosos
toreros de su época, en las primeras décadas del siglo pasado. Y decir eso es
decir mucho. Un rapero americano de éxito o Ronaldinho son personas de parecido
nivel de conocimiento y admiración, aunque yo creo, sinceramente, que en un
ámbito local de España, la fama de Cagancho les supera. En los años veinte los
toros eran prácticamente, junto con el cabaret y el teatro, las únicas
diversiones de masas existentes. El fútbol aún no era lo que es hoy y el cine
estaba en mantillas. Así pues, debemos entender que este matador de toros era
un gran líder de masas con una capacidad de atracción reservada a muy poca
gente.
Por eso, cuando en agosto de
1927 se anunció que en la corrida del día 26 torearía el maestro en Almagro,
todo el mundo tuvo claro que se produciría una auténtica marea humana hacia
este pequeño pueblo. La principal comunicación con Almagro, en aquellos
momentos en que la red de carreteras estaba prácticamente inventándose, era el
ferrocarril, concretamente el que venía de Ciudad Real. Y aquel día llegó a la
estación de Almagro con gente subida a los estribos, sentada en los topes, en
cualquier parte. El tren venía repleto de personas que habían pagado en Ciudad
Real auténticas fortunas en la reventa para poder estar en aquella corrida.
Según los testimonios que he
podido consultar, cuando menos entonces la plaza de Almagro era un lugar
elástico donde la gente se apretujaba más o menos según quién viniera. Como
aquella vez había tanta expectación, se llenó hasta la bola; una hora antes de
comenzar en festejo ya no se cabía dentro. Las crónicas meteorológicas nos
dicen que hacía un sol que derretía los testículos.
Formaban terna con Cagancho
Antonio Márquez y Manuel del Pozo, Rayito. Dos toreros de menor jaez. El primer
germen de aquella mala tarde, de ésas que según Chiquito de la Calzada tiene
cualquiera, fueron precisamente aquellos largos minutos en los que el personal
estuvo embotellado en la plaza, codo con codo, pasando un calor de la hostia y
escuchando los rumores de los maledicentes, según los cuales Cagancho no
llegaría a aquella placita de mierda y a última hora se disculparía de actuar.
Desde fuera de la plaza, Radio Macuto radiaba que el maestro no había llegado
al pueblo. Los nervios se pusieron a flor de piel. Pero llegó. A las seis en
punto, hora del paseíllo, pero llegó.
Salió al ruedo un primer toro
colorado de la ganadería de Pérez Tabernero. Tomó seis varas y mandó al suelo a
varios jinetes. Márquez y Rayito, como era entonces costumbre, hicieron sus
correspondientes quites (si el toro fue siete veces al caballo, tuvieron un
montón de oportunidades para ello). Sin embargo, aquí se empezó a ver que
Cagancho había llegado a Almagro desganado. Sobraron las oportunidades, sí.
Pero él no hizo un solo quite. El toro le tocaba a Márquez y éste, a la hora de
matar, comenzó a montar la tangana, pues se encaró con el morlaco sin muleta y
se dedicó, simple y llanamente, a apuñalarlo. Fue advertido por la presidencia
y recibió sonora bronca. Para entonces, el personal llevaba ya más de una hora
pasando calor y, hemos de suponer, pasándose la bota de vino. Alegres,
cabreados, alegres según el momento.
Rayito, dicen las crónicas,
estuvo bien con su segundo. El tercero, primero de Cagancho, era un toro
colorado y bragao. Hasta el momento Cagancho ni siquiera había desplegado el
capote (no había hecho ni un solo quite) y siguió en la línea. No es que yo
entienda mucho de toros, pero es una ley universal que si ante un animal dudas,
lo acaba notando. Consciente de que era su toro y de que no podía dejar de
hacer un quite, Cagancho intentó ejecutarlo, pero el toro le desarmó, haciendo
volar la capa, momento en el que el maestro salió cagando leches hacia la
barrera. Ahí fue donde empezó la bronca de verdad.
En la lidia propiamente dicha,
el torero se mostró distante y cobarde. A la mínima que el toro le miraba,
echaba a correr. Tanto miedo tenía Cagancho que hizo algo increíble: pinchó al
toro en el cuello, y después en el brazuelo, lugares ambos absolutamente
vedados, no ya para un torero de gran fama, sino para un puto estudiante de
primero de la escuela de tauromaquia.
En ese momento el teniente
Juan Ayuso, jefe del destacamento de la guardia civil que vigilaba el
espectáculo, dio orden a sus hombres de que impidiesen que nadie saltase al
callejón. Con ese sexto sentido que da el portar tricornio, ya se había dado
cuenta de que aquella tarde se iba a ganar el sueldo.
Cagancho pinchó nueve veces
más y entró a descabellar cinco. A la arena comenzaron a llover primero las
almohadillas; cuando se acabaron las almohadillas, las botas de vino; cuando se
acabaron las botas, botijos; y cuando se acabaron los botijos, cualquier cosa
sólida.
Dato importante: nadie tira
una bota por usar. Estarían ya vacías. El personal tenía un calor de cojones;
había pagado una fortuna para ver a un tipo huir del toro y asaetearlo
alevemente; y, además, estaban mamados. Aquello no podía salir bien.
Márquez, dicen, estuvo
cojonudo con el cuarto. Pero al público le dio igual. Rayito también cumplió.
No obstante, la gente quería que saliera el sexto, a ver si el señor Galáctico
destapaba de una puta vez ese tarro de las esencias que dicen que tienen los
toreros artistas.
Para colmo, el toro que le
salió a Cagancho no era un toro, sino un oso Kodiak bien alimentado. En la
suerte de varas, mató a varios caballos (entonces los caballos de picar no
llevaban peto). Todo el mundo en la arena se puso nervioso. Los subalternos
toreaban a siete kilómetros de los cuernos, Márquez hizo un quite desde su
casa, los picadores se hacían caquita cuando el morlaco todavía estaba a diez
metros de ellos, y los banderilleros no banderillearon tirando los garapullos
como dardos porque no les dejaron.
Cagancho, al parecer, estaba
preparado para situaciones así. En la faena propiamente dicha, sacó una muleta
descomunal y comenzó a torear con el pico de la tela, manteniendo por lo tanto
al toro en otra galaxia. No contento con eso, en uno de los pases, mientras el
toro estaba a su lado, le largó un espadazo en el vientre, y luego otro. El
toro, claro, se cabreó más de lo que ya de por sí se cabrea un toro cuando lo
lidian. Lo miró mal, así que el torero tiró los trastos y repitió la suerte del
tercer toro: a toda hostia hacia la barrera. Y, una vez dentro, como el toro se
le acercase, ¡le pinchó de nuevo!
El tercer aviso, signo de que
el toro es devuelto al corral porque el torero es incapaz de matarlo, sonó
mientras Cagancho seguía intentando matar al animal sin salir de la barrera. Lo
hacía pinchándole en los costados, en los brazuelos, en cualquier lugar menos
allí donde ha de hacerse según marca el arte de Cúchares. Aquellos de los
subalternos que se atrevían a saltar a la arena lo hacían con sus espadas
debajo de las muletas, se acercaban al toro y le pinchaban también
alevosamente, en cualquier parte. A aquel toro no lo mataron. Lo asesinaron.
Estaba el toro vivo, y el
ruedo ya comenzaba a llenarse de espectadores que, sudorosos, cabreados y
borrachos, habían saltado a la arena con la nada serena intención de saltarle
los empastes a hostias al torero gitano.
La guardia civil es mucha
guardia civil. Pero una turba enfervorizada puede con todo. Son más y, una vez
que el ser humano llega a ese punto en que todo le importa un huevo, no hay
argumento que les frene. Las gentes comenzaron a perseguir a Cagancho, el cual
intentó, con la espada en la mano, salir de najas de la plaza. Un espectador le
agarró del cuello y, arrojándole en dirección contraria, le gritó.
¡Al toro, coño! ¡Cobarde!
Otro le arreó una hostia en
pleno carrillo. Y allí estaba Cagancho, en medio de un ruedo lleno de gente que
le rodeaba para darle una paliza; ruedo en el que todavía había un toro vivo,
sangrando por sus mil heridas, soltando tornillazos y llevándose a la gente por
delante.
Entonces cargó el ejército,
concretamente un destacamento de Caballería que se encontraba allí reforzando a
la guardia civil. A caballo y en plan cabrón, consiguieron convencer al público
de que se tranquilizase un poco. No sin esfuerzo, despejaron el anillo. Ocho
guardias civiles rodearon a Cagancho y lo sacaron de la plaza, entre una lluvia
de todo tipo de objetos y fluidos corporales humanos, preferentemente
faríngeos, epigástricos y nasales.
El fracaso de Cagancho en
Almagro es, efectivamente, la bronca más gorda ocurrida jamás en un espectáculo
público en España. La marcha del diestro fue seguida de disturbios en los
alrededores de la plaza en los cuales las fuerzas del orden tuvieron que cargar
a caballo con una virulencia que ríete tú de los pipiolos antisistema. Almagro
aquella tarde fue una batalla campal. Tan, tan fuerte, que quedó en la memoria
de los españoles, para los cuales, aún sin haber estado allí, aún sin haberlo
vivido, «quedar como Cagancho en Almagro» se les grabó en la memoria como el
símbolo de, que diría Barrancas, un fracaso absoluto.
Los testimonios que he podido
leer describen a un Cagancho todavía vestido de plata refugiado en el salón de
actos del Ayuntamiento de Almagro, custodiado por la guardia civil para que el
personal que estaba en la calle no lo matase, fumando indolentemente y como
resignado. Así es la vida. Yo quería quedar bien, pero lo que no pue zé, no pue
zé. Uno de sus subalternos se queja a la guardia civil.
CAGANCHO CABALLO
"Cagancho" Caballo de rejoneo de Pablo Hermoso
Yo me monté por primera vez en un caballo a los 8 años, el caballo de la plantilla del Regimiento de Caballería Lusitania 8 se llamaba "VELATE, hoy con 63 años monto mi caballo a diario, y siendo mi afición el salto junto con las excursiones cuando se puede, el Jinete que sin duda más admiro es este señor, Pablo Hermoso.
Cría sus caballos, los cuida, los doma, los mantiene, vive con ellos y se juega la vida con ellos en una entrega total Jinete /Caballo.... otra dimensión.
Chevi Sr.
1 comentario:
Bonito!! pero diría que tienes 64 años.
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