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29 ene 2011

A tus órdenes mi Coronel

A TUS ÓRDENES MI CORONEL


El pasado verano Dios se llevó tras breve enfermedad, a Ángel Urquijo y Quiroga, Marqués de Amurrio, Coronel de Caballería, jinete espléndido (¡qué caballo Saltarín!) y militar de vocación y tradición. Ángel estaba casado con mi prima Conchita Fernández de Córdoba y Súarez de Tandil, también de estirpe militar por su padre, Alfonso Fernández de Córdoba y Parrilla, igualmente perteneciente al arma de caballería, ex combatiente en la guerra de liberación, diplomado de Estado Mayor y cuyo último destino fue el otrora llamado Alto Estado Mayor.
Ángel, mi primo y más que eso mi amigo, fue un caballero, todo un caballero cristiano, de vida ejemplar, en el que hacía realidad el tan conocido verso según el cual “siempre la milicia fue religión de hombres honrados”.
La exigencia de su vida castrense templó su ánimo sin desmayo alguno. Su vocación de servicio a la patria, fiel a los más esenciales principios del deber y de la disciplina militar, no quebró pese a las misiones tan duras que hubo de desempeñar.
Mis alumnos universitarios al hacer la IPS (Instrucción Militar Superior) me hablaban por ejemplo que siempre les dio el entonces Capitán Urquijo. Él hacía el primero todo aquello que luego ordenaba a los hombres a su mando. Y ¡vaya si le obedecían! Con gusto y satisfechos.
Omito describir la angustia de su esposa cuando hubo de permanecer, encerrada con sus pequeños, en la modesta vivienda militar, por, digamos, necesidades del servicio. Y corramos un tupido velo.
Su destino en Villaviciosa 14: sus carros desfilando impecablemente, Castellana abajo, ante el Generalísimo y el Príncipe de España. ¡ Con qué orgullo le contemplé a pie de obra! Ese es Angelito, miradle y admiraos.
Y sus desvelos por la tropa. La granja en el Regimiento que, en parte, autoabastecía de alimentos de primera calidad a los soldados. Pasaron los años. Se retiró, aún joven y un tanto desengañado. Aquel ya no era su ejército, al menos el ejército que amó con locura y pasión.
La última vez que le ví de uniforme fue cuando llevó al altar a su hija. Luego, siempre de civil y evitando críticas a la milicia. Su familia, sus hijos, sus nietos, la vida, en fin. Su tiempo, nuestro tiempo, ha pasado. España nunca pasará.
Por eso, mirando al cielo, exclamo: ¡siempre a tus órdenes mi coronel!
Y me contesta: yo a las tuyas, Manolo.
Manuel Soroa y Suárez de Tangil.
Doctor en Derecho.