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13 feb 2012

Un Teniente de Infantería


«Mi vocación sigue intacta»;

«Mi deseo es trabajar por la seguridad de España y volver a los puestos de más riesgo»
 Foto: Alberto R. Roldán
Regresábamos de una patrulla de reconocimiento por la ruta Lithium, mi vehículo era el cuarto de la columna. No recuerdo la explosión, posiblemente perdí el conocimiento por unos instantes. Los gritos de mi conductora me devolvieron a la realidad, me encontraba en una postura extraña, aturdido, algo me quemaba la zona lumbar y un tramo del cinturón de seguridad me aprisionaba el cuello, dificultándome la respiración y el habla. Creo que en ningún momento fui consciente de las heridas que había sufrido, aunque al escuchar la agonía de mi conductora supe que la situación era grave. De hecho, cuando dejó de gritar me temí lo peor y le ordené que siguiera gritando. No recuerdo que me doliera excesivamente la pierna, me preocupaba más el no sentirla.
Cuando me desperté dos días después en el Role-2 de Herat, no recordaba absolutamente nada de lo que había pasado, mi primer pensamiento fue: ¿qué hago aquí?  Entonces me explicaron lo sucedido y me dijeron que todos los ocupantes del vehículo estaban fuera de peligro, lo que me alivió bastante. Recuerdo que estaba tapado de cintura para abajo y note que faltaba algo, por eso mi siguiente pregunta fue: me han amputado la pierna, ¿verdad? Cuando me respondieron afirmativamente, lo primero que pensé fue que mi carrera militar había terminado. Aún no hacía un año que había recogido mi despacho de Teniente y ya no iba a poder seguir desempeñando mi profesión, aquella por la que llevaba casi 10 años luchando. Había tenido el privilegio de mandar una sección de hombres y mujeres magnificos y ahora tocaba separarme de ellos.
Después del viaje de regreso a España, vinieron 4 largos meses de convalecencia en el Hospital Gómez Ulla, en los que, afortunadamente me sentí en las mejores manos y en los que el apoyo de familiares, amigos y compañeros de profesión fue una constante. También debo añadir los numerosos reconocimientos que he recibido, como la  Cruz al Mérito Militar con distintivo amarillo, Medalla de Oro de la Cuidad Autónoma de Melilla (junto al soldado Ibrahim Maanan Ismael, que resultó herido en el mismo ataque) y el  Premio del Club Gotia.
Tras recibir el alta médica, regresé a Melilla para continuar con la rehabilitación y seguir aprendiendo a manejar la prótesis. En diciembre, con lágrimas en los ojos, tuve que despedirme de mi querida unidad, el RIL. Soria 9. Debido a mi pérdida de aptitud física, había dejado de estar destinado en el Regimiento. Atrás quedaban mis leales subordinados, mis atentos jefes y mis excelentes compañeros. No obstante, tengo la esperanza de que esa despedida se convierta en un hasta luego. Ahora mi lucha consiste en demostrar que sigo siendo útil para el servicio. Mi deseo es continuar trabajando por la seguridad de mi país y regresar a los puestos de mayor riesgo y fatiga.  Mi cuerpo está mutilado, pero mi espíritu y mi vocación se encuentran intactos. La preparación de un oficial de infantería incluye formación física, táctica, técnica y moral. Considero que la amputación sólo me limita en la primera de ellas, al menos de momento. De lo que no tengo ninguna duda es de que fue únicamente la pierna, no la cabeza ni la ilusión, lo que perdí en aquel polvoriento camino de Afganistán.

Agustín Gras Baeza
Teniente. Herido en Afganistán


 Soy Un Caballo
Soy un caballo
indómito impenitente,
un caballo cierto inverosímil
haciendo mía una carrera delirante
insolentando cábalas
estrechando mis crines con tormentas
rompiéndome los cascos entre piedras
perdido el norte
por una memoria roja y asombrada
surcando praderas con huellas de patas empolvadas
y mi estiércol
signado por la hierba
con ríos de sudor sin cauces
regando espigas muertas
Soy un caballo
con sensación de brasas en el cuerpo
que degüella al viento con el cuello
vibrando a cada paso
con un furor extraño
con ese olor a lejanías
con aquel lujo inútil de tener la sangre hirviendo
Y vivo un vértigo perpetuo
derrocho violentamente adrenalina
amo el sol
Y soy amante ciego de aguaceros
del relámpago y la brisa
me muevo ardiendo bajo este vientre azul
tan cóncavo y perfecto
Soy un caballo
una rara suerte de huracán cayendo por el suelo
y levantándome
bordeando abismos
ventilando ironías
Un caballo que ama con estrépito
sin adormecer instintos
Un caballo que espera finalmente
una metamorfosis dura hacia la nada
y un galope sereno hacia el silencio
Voy hiriendo mis ancas
sin sangre ni anestesias
lamiendo mis heridas
con escrupulosa exactitud
sufriendo una agonía casi humana
Mientras que en instintivo gesto
mastico yerbas secas
mecidas de este a oeste
y voy errante y voy errando
Altivo en mi locura
sudando gastándome
pasando apresurado por orillas siempre eternas
sumiéndome gigante en el misterio
Sin frenos ni riendas ni destino
mi andar se torna recio
las espinas del camino son espuelas
Sin par me vuelvo eléctrico
e indecisas mis orejas no escuchan mas al trueno
mis ojos condolidos agravan su mirada
sin medir riesgos en los desfiladeros
Y se hace piel el pelo
cuando comprendo que
soy apenas un cuadrúpedo en silencio
Alucinando una confusa majestad
de mi sombra sin un reino
Y están presentes
curvadas flautas de bambú
en círculo perfecto
Mi rumbo está perdido
mi norte yace muerto
atravieso a ciegas una alfombra trajinada
por los otros Y mis marcas que son nada
se quedan prisioneras de un desierto
vadeo un río y
y nada más parece que yo estuviera huyendo
de mi sombra de mis vicios.
Y de pronto un relincho quebrando este silencio
bajo el manto que hice mío y que me abriga
a mi tan grande tan blanco tan mojado
a la mañana no soy más que evocación de
un frívolo placer
un zoológico secreto de alquimistas
el sustento de alguna tarde de buitres
con anemia o el objeto del deseo de potrancas
confundidas en corrales con su celo
Soy un caballo triste
mezclado con sigilo
con extrañas variedades de huesos
de animales muertos de hace tiempo
mimetizando un cuerpo largo y tenso
con infinitas carreteras
con los frutales colores de un semáforo
o con la estúpida altivez de rascacielos
Hay ironía en mi pellejo
hay dolor en mis temblores
hay orgullo y junto a mi hay ángeles y espectros
Soy un caballo solo
tal vez triunfante tal vez vencido
con los músculos de piedra esqueleto de hierro
y el corazón de carne
Sin un corral sin amos
corriendo desbocado una sorda carrera
porque una noche hace ya un tiempo
bebí de un manantial sagrado
y comprendí que esa carrera loca
era una forma venerable de morir.
Marita Troiano
 José V. Ruiz de Eguílaz y Mondría
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