El próximo día 13, Jueves
Santo, tendrá lugar uno de los momentos más emblemáticos dentro de la Semana Santa malagueña, el Traslado del Cristo de la Buena Muerte
por parte de La Legión.
Los actos comienzan con el desembarco
de los Legionarios desde el puerto de Málaga.
El desfile lo realizan la Legión
española y la Armada, con
Tropas, Banda de música y Banda de Guerra, debido a su vinculación a ambas.
Desembarco de la Legión en
el puerto de Málaga
Desfilan desde la plaza Fray Alonso de Santo Tomás para
participar en el traslado del Santísimo
Cristo de la Buena Muerte y Ánimas hasta su trono procesional en la Iglesia de Santo Domingo. Esta talla, el Cristo
de Mena, es una excelente talla obra de Palma Burgos, considerado
uno de los mejores crucificados del siglo XX español.
Alfonso Ussía
Legionarios saliendo de la Iglesia de Santo Domingo con el Cristo de la Buena Muerte
sobre sus brazos
Un día cada año, la arribada al puerto de Málaga del «ferry» de Melilla reúne una emoción diferente. A
bordo vienen los Legionarios que
llevarán en sus brazos por las calles malagueñas a su Cristo de la Buena Muerte, el Cristo
de Mena. Lo ha escrito el General Legionario Rafael Dávila: «Subía al cielo como sólo puede subir de
brazos legionarios. Por un momento quedaba suspendido en el aire. Temblaba el
madero del golpe de las manos. Temblaba hasta el suelo del golpe seco de las
botas legionarias, y temblaba el cielo de ver aquella emoción. No temblaban los Legionarios».
El Cristo de la Buena Muerte
también abandona el Acuartelamiento rondeño de Montejaque y recorre Ronda
llevado y custodiado por sus Legionarios.
El pueblo, como en Málaga, los
acompaña. Cincuenta mil muertes legionarias por España lleva en Su Muerte el
Cristo de la Legión. «Si caminamos a
tu lado, no va a faltarnos tu amor, porque muriendo vivimos vida más clara y
mejor». Sobre el puente del Tajo
rondeño a brazos de sus Soldados, va y viene el Cristo de la Buena Muerte, entre las rocas afiladas por Dios que se
hacen cuchillas en el Tajo de los
Gaitanes, tan cercano a mis raíces, para que corran las aguas del Guadalhorce, el pequeño Guadalquivir.
La Hermandad de Antiguos Caballeros
Legionarios de Barcelona, reza y pasea a su Cristo de la Buena Muerte en Hospitalet
del Llobregat. El Ayuntamiento, gobernado por los socialistas catalanes, había
prohibido la procesión. Más público que nunca en las calles. Y los viejos Legionarios
– ¡Al cielo con Él! –, con su Cristo mientras el señor alcalde de Hospitalet
oía desde el cuarto de baño anexo a su despacho la majestuosa, macha y
emocionante armonía del «Novio de la
Muerte». Más lágrimas y ovaciones que en ediciones pasadas. A ver quién es
el feo que se atreve a impedir a los Legionarios
pasear a su Cristo en Cataluña.
Con el Cristo de Mena sobre sus brazos, los Leginarios cantan “El
novio de la muerte”
Y en Ceuta, Melilla,
Almería, Madrid… allá donde se halle un Legionario, estará el Cristo
de la Buena Muerte, con sus rodillas sangradas, su costado herido, su gesto
de dolor en el último tramo de la agonía, llevado por los privilegiados
españoles que visten el uniforme verde de la Legión, la imagen prodigiosa que retrata el sufrimiento de los Legionarios, el dolor de la muerte
buena y heroica, del patriotismo sereno
que les hace entregar sus vidas por las vidas de los compatriotas que no creen
en ellos.
El que ha sido Legionario,
nunca dejará de serlo. No existen los ex
Legionarios. En activo, en la reserva, ya retirados o destinados a otras Unidades
del Ejército, el Legionario muere
con su uniforme y su Cristo abrazado
a él. Como los Marinos a su Estrella de los Mares, la Virgen del Carmen.
Como los Aviadores – exceptuando a un General rebotado –, a la Virgen de Loreto. Como los Infantes a la Inmaculada. Como los Artilleros a Santa Bárbara. Como los Caballeros a Santiago. Como los Ingenieros a San Fernando. Como los Guardias Civiles
a la Virgen del Pilar. Nadie puede ni
podrá con ellos. Porque el militar
español no sólo vive y muere por los demás, por su Patria y por la honorabilidad de sus uniformes. Vive y muere y se
entrega abrazado a su Fe, que es Fe de paz y de abrazo, de compañerismo y
entrega, de sacrificio y heroísmo, de humildad y decencia. Y esa Fe, no se
borra con desprecios ni desaires, con intolerancias de una alcaldesa necia y con
amenazas de un coletas estalinista. Esa
Fe viene de lejos, de siglos, de acciones heroicas, de muertes jóvenes, de
españoles que adoran el significado de su Bandera,
el valor de su juramento y su natural sentido del cumplimiento de la lealtad.
Pueden soplar vientos adversos. Hasta es posible que en el futuro,
una ex Comandante de regular valía y separada
voluntariamente del Ejército mande y
ordene a decenas de miles de hombres y mujeres de honor. Y si no es ella, un ex General – en este caso el «ex» resulta correcto –, que ha elegido
la ambición política en los círculos
comunistas a cambio del respeto que no se supo ganar con el uniforme. Todo
es posible. Pero seguirá llegando a Málaga
el «ferry» con los Legionarios a su cita con el Cristo de la Buena Muerte, pasearán a su
Dios en Ronda y Almería, en Cataluña y en Castilla, en las lejanas
Canarias, y los españoles sabrán que
sus Legionarios,
sus Soldados, sus Guardias Civiles, sus Marinos y sus Aviadores no
dudarán en defender a España, a su unidad,
a las leyes, la libertad y la Constitución que ampara los derechos de todos.
¡Al cielo con Él!
Francisco Javier de la Uz Jiménez