Tomás Trenor, y Pedro de la Llave, nos cuentan cosas bien distintas, pero en las dos hay poesía.
Aunque yo nací en Algemesí, con horas me llevaron a donde vivíamos:
Regimiento Lusitania 8, en Bétera Valencia
La foto es "hacia 1954", yo nací en 1953.
Demasiado viejo para ser joven, y demasiado joven para ser viejo.
Estoy hecho un lío...
Teniente Coronel de Caballería Rogelio Puig Jiménez
(luego General de División) en el acuartelamiento de Regimiento Lusitania 8, en
Bétera Valencia, hacia 1954
Como oficial participó en muchos concursos, con su yegua
“Violeta”. Hijo político de otro jinete aquí mencionado, Alejandro Menéndez
Fusté
Un cordial saludo
Tomás Trenor
Valencia
Con buena pluma.
En una España cutre nadie cree en el amor
España no tiene remedio. Y no porque haya recortes y
corrupción como en otros países bien felices y orgullosos de sí mismos, sino
porque entre nosotros se han instalado un desánimo cósmico y un desprecio
inexplicable de lo propio. En este país no hay más mafiosos y corruptos que en
Italia, Holanda o los Estados Unidos; ni más ineficiencia que en Irlanda,
Francia o Eslovenia; ni más recortes y pobreza que en Grecia o Portugal. Lo que
hay es un grave complejo de ser el malo de la clase, o de sufrir la mayor
desproporción del mundo entre lo que podríamos ser y lo que realmente somos.
De repente, en medio de una historia de épica y leyenda,
hemos optado por lo cutre, lo plebeyo y la crasa normalidad cotidiana. Y apenas
quedan sentimientos que levanten los corazones -sursum corda-, o que pongan los
ojos -«la mirada clara y lejos, y la frente levantada»- en un futuro grandioso.
Los héroes de antes, desde Viriato a Cascorro, han cedido su protagonismo a
unas masas vociferantes que, atraídas por las miserias humanas, se concentran a
las puertas de juzgados e instituciones para zaherir a los caídos y admirar a
los espabilados. Los Amantes de Teruel, Inés de Castro o Macías o Namorado son
desplazados por las viscerales y elementales andanzas de Belén Esteban, Raquel
Bollo o Jessica Bueno. E incluso las sublimes tonadilleras del franquismo
-Concha Piquer, Lola Flores o Marifé de Triana- fueron sustituidas por
Chiquilicuatre -que ganó su billete a Eurovisión gracias al voto del pueblo-,
Las Supremas de Móstoles o Melody, porque todo horror tiene su público.
Por eso estaba de Dios que, en este ambiente de ruina
estética y moral, la eximente de amor con la que el letrado Silva quiso alejar
a la infanta de las trapalladas de Nóos y Aizoon, pusiese a toda España a la
defensiva, bien sea negando la existencia del amor, bien sea aduciendo su
temprana caducidad, bien sea reduciendo a pura química lo que hasta ahora era
la parte más espiritual e imperecedera de las culturas de Occidente. Los
españoles somos radicales y contradictorios, y tanto invocamos el amor para que
cada cual pueda interpretar el sexo y las instituciones familiares a su manera
-«ama y haz lo que quieras», decía Lutero-, como negamos la existencia del amor
que puede llevar a que un cónyuge se fíe del otro sin leerle los papeles.
Y esa es la razón por la que, desde mi reputada tendencia
a razonar al revés, quiero proclamar a todos los vientos que yo -con la ayuda
de Garcilaso de la Vega- creo firmemente en el amor:
«Yo no nací sino para
quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os
quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la
vida,
por vos he de morir, y por vos muero».
¡Qué hermosa y feliz debió ser España cuando todos los
hombres amábamos así!
Pedro de la Llave Cadahia
Coronel de Aviación.
José V. Ruiz de Eguílaz y Mondría
Coronel de Caballería.