TERCIOS
El temible ejército que dominaba en Flandes
Desde que se
publicó por primera vez, en 1999, «De Pavía a Rocroi: los tercios de infantería
española en los siglos XVI y XVII», se ha convertido en una obra de referencia
sobre las unidades militares por excelencia de los reyes españoles de la casa
de Austria. Arturo Pérez-Reverte, padre del Capitán Alatriste, se ha referido
al trabajo como «una obra maestra, imprescindible en toda buena biblioteca
histórica» y «un relato fascinante del auge y ocaso de la que fue mejor
infantería del mundo». Casi imposible de encontrar fuera de las bibliotecas
durante muchos años, «De Pavía a Rocroi», que Desperta Ferro Ediciones recupera
ahora en una edición dotada con un aparato gráfico y cartográfico, es un ensayo
del diplomático Julio Albi de la Cuesta en el que teje un relato pormenorizado
sobre los orígenes y la evolución de los tercios, la última «ratio regis» de
los monarcas más poderosos del mundo durante siglo y medio. Asimismo, Albi
analiza las motivos que cimentaron su primacía sobre múltiples enemigos desde
las costas del Mediterráneo hasta las orillas del mar del Norte, pasando por
las estribaciones alpinas y otros muchos escenarios bélicos donde gozaron de
una racha de triunfos inédita desde la época de las legiones de Roma, en las
que precisamente los tercios se veían reflejadas según escribía Sancho de
Londoño, maestre de campo del tercio de Lombardía, en el tratado militar
«Discurso sobre la forma de reducir la disciplina a mejor y antiguo estado»,
publicado en Bruselas en 1589.
Encamisadas
La versatilidad fue
uno de los factores decisivos en la superioridad de los tercios, que no solo
combatieron en batallas y asedios, sino también a bordo de buques de guerra en
batallas navales, en desembarcos anfibios y en toda clase de acciones de
pequeña envergadura, como las famosas encamisadas –golpes de mano nocturnos en
los que la tropa vestía camisas blancas para reconocerse en la oscuridad–. Esta
capacidad de adaptación era fruto de la organización de dichas unidades, que se
dividían en compañías con un elevado grado de autonomía, pero también de la
excelente combinación de distintas armas de que hicieron gala desde sus
orígenes.
El mariscal
británico Bernard Law Montgomery, vencedor de Rommel en El Alamein, dijo de los
tercios que «por lo menos hasta 1600 la infantería española –arcabucería,
mosqueteros y piqueros– demostró ser la mejor de Europa; su confianza en sí
misma y su pericia en las tácticas convencionales de la época eran
extraordinarias».
La metódica
compenetración en el despliegue y el uso táctico de estas tres armas hizo de
los tercios una fuerza formidable. La predilecta de los soldados españoles era
el arcabuz, epítome de la Revolución militar de la Europa moderna. Ya en
tiempos de los Reyes Católicos y de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran
Capitán, los infantes españoles eran expertos en el manejo de dicha arma,
«idónea para hombres de no gran estatura, nervudos y ágiles», a decir de Albi.
La organización
versátil y la potencia de fuego fraguaron la hegemonía militar española aun antes
de que el término «tercio» hiciese aparición con la Orden de Génova de 1536. En
las batallas de Bicoca (1522) y Pavía (1525), la infantería española, merced a
ambas cualidades, impuso de manera indiscutible su hegemonía. En palabras del
propio Julio Albi: «Si hubiera que mencionar un factor decisivo, habría que
elegir al arcabucero español que, moviéndose con una autonomía inimaginable en
la época, “contra todo orden de guerra y de batalla”, aprovechando al máximo
las posibilidades de su arma, destrozó a las que hasta ese día se consideraba
la mejor caballería y la mejor infantería de Europa: la francesa y la suiza,
respectivamente».
Otro elemento
determinante en la fecunda racha de victorias de los tercios españoles fue su
singular «esprit de corps». «Fuera de su tierra se defienden unos a otros en
amistad estrecha, lo cual es causa de que sus escuadrones sean casi invencibles
en las guerras», escribió sobre los soldados españoles, a finales del siglo
XVI, el diplomático y teórico político saboyano Giovanni Botero. Asimismo, los
soldados de los tercios, desde los Grandes de España hasta los Lazarillos de
Tormes, imbuidos de un espíritu hidalgo, tenían su reputación en alta estima.
Como expone Albi: «A pesar de su asendereada vida, llena de miserias y de privaciones,
los hombres de los tercios tenían una excelente opinión de sí mismos, y de su
oficio, al que describían como “el más honroso y sublime de todos”». También
influyó en la ecuación la férrea disciplina que los comandantes impusieron
entre la soldadesca. En 1567, el duque de Alba condenó a muerte a tres soldados
por robar unos carneros. Finalmente, solo uno fue ajusticiado. Para determinar
cuál de los tres, tuvieron que echarlo a suertes, según refiere el soldado y
diplomático Bernardino de Mendoza en sus Comentarios de lo sucedido en las
guerras de los Países Bajos desde el año de 1567 hasta el de 1577 (Madrid,
1592). En palabras de Albi, para enrolarse en los tercios «había una condición
esencial, a la que se subordinaban todas: “el más alto precepto de la milicia
es la obediencia” [...] Obediencia, en fin, orientada a evitar el exceso de
coraje, disciplinándolo y obteniendo de él el máximo rendimiento».
Jerarquía informal
Entre los tercios
españoles la disciplina persistía incluso durante los motines, cuando las
tropas se negaban a obedecer a sus oficiales como medida de presión para que se
les pagase el dinero que se les debía. «Un observador extranjero comentaba al
respecto: “Para decir la verdad, si puede haber algún buen orden en los motines,
los españoles hacen los suyos en buen orden y cuando les manda el electo
mantienen una disciplina tan buena y tan estricta como cuando sus oficiales
están con ellos”». En los motines, en efecto, los soldados establecían una
jerarquía informal en la que gobernaban el tercio un «electo» y varios
consejeros. En ocasiones excepcionales, como la del saco de Amberes, en 1576,
algún tercio llegó a entrar en acción comandado por su electo.
De todo ello y
muchas otras facetas interesantes de los tercios españoles –desde las
evoluciones tácticas hasta la vida diaria de los soldados y los pormenores de
asedios y batallas decisivas en su trayectoria– da buena cuenta «De Pavía a
Rocroi», que analiza, además, las causas del declive de estas unidades. Al
respecto, el autor desarma la tesis, sostenida hasta hace relativamente poco
por autores anglosajones, de que fueron las innovaciones tácticas holandesas y
suecas las que acabaron con la hegemonía del modelo español. En opinión de
Albi, el intercambio de experiencias y conocimientos entre los contendientes
fue constante, y los motivos del declive de los tercios fueron de índole
política y económica, relacionados directamente con la ambiciosa pero
insostenible estrategia global de los Austrias. Concluye el autor: «Habría que
hablar entonces, no del agotamiento de un modelo militar, sino del de un
Estado, incapaz de seguir manteniendo y financiando durante más tiempo una
política que estaba por encima de sus posibilidades».
Chevi Sr.