Mostrando entradas con la etiqueta Tercios de Flandes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tercios de Flandes. Mostrar todas las entradas

20 dic 2017

TERCIOS EN FLANDES

 







TERCIOS


El temible ejército que dominaba en Flandes


Desde que se publicó por primera vez, en 1999, «De Pavía a Rocroi: los tercios de infantería española en los siglos XVI y XVII», se ha convertido en una obra de referencia sobre las unidades militares por excelencia de los reyes españoles de la casa de Austria. Arturo Pérez-Reverte, padre del Capitán Alatriste, se ha referido al trabajo como «una obra maestra, imprescindible en toda buena biblioteca histórica» y «un relato fascinante del auge y ocaso de la que fue mejor infantería del mundo». Casi imposible de encontrar fuera de las bibliotecas durante muchos años, «De Pavía a Rocroi», que Desperta Ferro Ediciones recupera ahora en una edición dotada con un aparato gráfico y cartográfico, es un ensayo del diplomático Julio Albi de la Cuesta en el que teje un relato pormenorizado sobre los orígenes y la evolución de los tercios, la última «ratio regis» de los monarcas más poderosos del mundo durante siglo y medio. Asimismo, Albi analiza las motivos que cimentaron su primacía sobre múltiples enemigos desde las costas del Mediterráneo hasta las orillas del mar del Norte, pasando por las estribaciones alpinas y otros muchos escenarios bélicos donde gozaron de una racha de triunfos inédita desde la época de las legiones de Roma, en las que precisamente los tercios se veían reflejadas según escribía Sancho de Londoño, maestre de campo del tercio de Lombardía, en el tratado militar «Discurso sobre la forma de reducir la disciplina a mejor y antiguo estado», publicado en Bruselas en 1589.


Encamisadas

La versatilidad fue uno de los factores decisivos en la superioridad de los tercios, que no solo combatieron en batallas y asedios, sino también a bordo de buques de guerra en batallas navales, en desembarcos anfibios y en toda clase de acciones de pequeña envergadura, como las famosas encamisadas –golpes de mano nocturnos en los que la tropa vestía camisas blancas para reconocerse en la oscuridad–. Esta capacidad de adaptación era fruto de la organización de dichas unidades, que se dividían en compañías con un elevado grado de autonomía, pero también de la excelente combinación de distintas armas de que hicieron gala desde sus orígenes.

El mariscal británico Bernard Law Montgomery, vencedor de Rommel en El Alamein, dijo de los tercios que «por lo menos hasta 1600 la infantería española –arcabucería, mosqueteros y piqueros– demostró ser la mejor de Europa; su confianza en sí misma y su pericia en las tácticas convencionales de la época eran extraordinarias».



La metódica compenetración en el despliegue y el uso táctico de estas tres armas hizo de los tercios una fuerza formidable. La predilecta de los soldados españoles era el arcabuz, epítome de la Revolución militar de la Europa moderna. Ya en tiempos de los Reyes Católicos y de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, los infantes españoles eran expertos en el manejo de dicha arma, «idónea para hombres de no gran estatura, nervudos y ágiles», a decir de Albi.

La organización versátil y la potencia de fuego fraguaron la hegemonía militar española aun antes de que el término «tercio» hiciese aparición con la Orden de Génova de 1536. En las batallas de Bicoca (1522) y Pavía (1525), la infantería española, merced a ambas cualidades, impuso de manera indiscutible su hegemonía. En palabras del propio Julio Albi: «Si hubiera que mencionar un factor decisivo, habría que elegir al arcabucero español que, moviéndose con una autonomía inimaginable en la época, “contra todo orden de guerra y de batalla”, aprovechando al máximo las posibilidades de su arma, destrozó a las que hasta ese día se consideraba la mejor caballería y la mejor infantería de Europa: la francesa y la suiza, respectivamente».

Otro elemento determinante en la fecunda racha de victorias de los tercios españoles fue su singular «esprit de corps». «Fuera de su tierra se defienden unos a otros en amistad estrecha, lo cual es causa de que sus escuadrones sean casi invencibles en las guerras», escribió sobre los soldados españoles, a finales del siglo XVI, el diplomático y teórico político saboyano Giovanni Botero. Asimismo, los soldados de los tercios, desde los Grandes de España hasta los Lazarillos de Tormes, imbuidos de un espíritu hidalgo, tenían su reputación en alta estima. Como expone Albi: «A pesar de su asendereada vida, llena de miserias y de privaciones, los hombres de los tercios tenían una excelente opinión de sí mismos, y de su oficio, al que describían como “el más honroso y sublime de todos”». También influyó en la ecuación la férrea disciplina que los comandantes impusieron entre la soldadesca. En 1567, el duque de Alba condenó a muerte a tres soldados por robar unos carneros. Finalmente, solo uno fue ajusticiado. Para determinar cuál de los tres, tuvieron que echarlo a suertes, según refiere el soldado y diplomático Bernardino de Mendoza en sus Comentarios de lo sucedido en las guerras de los Países Bajos desde el año de 1567 hasta el de 1577 (Madrid, 1592). En palabras de Albi, para enrolarse en los tercios «había una condición esencial, a la que se subordinaban todas: “el más alto precepto de la milicia es la obediencia” [...] Obediencia, en fin, orientada a evitar el exceso de coraje, disciplinándolo y obteniendo de él el máximo rendimiento».



Jerarquía informal

Entre los tercios españoles la disciplina persistía incluso durante los motines, cuando las tropas se negaban a obedecer a sus oficiales como medida de presión para que se les pagase el dinero que se les debía. «Un observador extranjero comentaba al respecto: “Para decir la verdad, si puede haber algún buen orden en los motines, los españoles hacen los suyos en buen orden y cuando les manda el electo mantienen una disciplina tan buena y tan estricta como cuando sus oficiales están con ellos”». En los motines, en efecto, los soldados establecían una jerarquía informal en la que gobernaban el tercio un «electo» y varios consejeros. En ocasiones excepcionales, como la del saco de Amberes, en 1576, algún tercio llegó a entrar en acción comandado por su electo.

De todo ello y muchas otras facetas interesantes de los tercios españoles –desde las evoluciones tácticas hasta la vida diaria de los soldados y los pormenores de asedios y batallas decisivas en su trayectoria– da buena cuenta «De Pavía a Rocroi», que analiza, además, las causas del declive de estas unidades. Al respecto, el autor desarma la tesis, sostenida hasta hace relativamente poco por autores anglosajones, de que fueron las innovaciones tácticas holandesas y suecas las que acabaron con la hegemonía del modelo español. En opinión de Albi, el intercambio de experiencias y conocimientos entre los contendientes fue constante, y los motivos del declive de los tercios fueron de índole política y económica, relacionados directamente con la ambiciosa pero insostenible estrategia global de los Austrias. Concluye el autor: «Habría que hablar entonces, no del agotamiento de un modelo militar, sino del de un Estado, incapaz de seguir manteniendo y financiando durante más tiempo una política que estaba por encima de sus posibilidades».




Chevi Sr.