Nota necrológica que se ha publicado en El Diario Montañés de Santander sobre el fallecimiento de Luis Martín Fernández, un hombre de caballos y antiguo Alférez de Caballería.
Paco Hernando
Luis Martín, maestro artesano, artista e investigador
Durante muchos años, Luis Martín Fernández formó parte del paisaje urbano de Santander. Al igual que el también fallecido Nereo, era habitual verle paseando por las calles de la ciudad con sus coches de caballos, con su señorial barba y tocado con su inseparable gorra de visera de paño, de estilo inglés.
Pero tras esa estampa aparentemente pintoresca y excéntrica, se ocultaba una faceta muy meritoria y poco conocida. Luis era un auténtico experto en doma de enganche, una compleja y difícil disciplina ecuestre ya casi perdida en España, apenas circunscrita al mundo andaluz. Su exquisito y riguroso trabajo de doma con sus caballos quedó en una ocasión patente a los ojos de los santanderinos, cuando le pidieron su colaboración para participar en la ambientación escénica de un espectáculo de zarzuela que se representó en el Palacio de Festivales de
Cantabria. Como si fuera la cosa más sencilla del mundo, Luis introdujo su enganche en el montacargas del teatro, que lo elevó hasta el escenario; allí esperó entre bastidores y, en uno de los momentos de máxima apoteosis, con la sala Argenta a reventar de público y todo el coro lírico cantando a pleno pulmón, apareció con los solistas montados y cantando en el carruaje, describió un semicírculo perfecto por el escenario, detuvo el coche y, tan suavemente como había aparecido, arrancó de nuevo y se retiró. El animal ni se inmutó y los que entendieron la dificultad añadida que entrañaba el manejo del enganche en semejantes circunstancias, se quedaron mudos de asombro.
Pero la singularidad de Luis iba más allá y le hacía posiblemente una personalidad única en su género en España, porque además era un reconocido maestro artesano constructor de carruajes. En su preciosa casona de estilo montañés, levantada en El Alisal también con ayuda de sus manos expertas, además de la cuadra, el guadarnés y la cochera, tenía un taller del que salieron numerosos coches de caballos (buggy americano, araña, faetón, calesa, jardinera…) íntegramente construidos en el sentido más literal del término, porque Luis realizaba sin ayuda tanto los trabajos de carpintería como la forja de las piezas metálicas, el pintado, el tapizado y la guarnicionería. Auténticas obras maestras. Algunos de estos coches todavía recorren ciudades y campos de otros puntos de España. Su valioso conocimiento del mundo del carruaje y sus expertas y habilidosas manos eran reconocidas y apreciadas en círculos selectos del ambiente ecuestre dentro y fuera de nuestras fronteras. En una ocasión le buscaron para pedirle consejo sobre la reparación de uno de los históricos armones de la batería de artillería montada de la Guardia Real.
Su faceta como investigador tampoco era muy conocida. Miembro (uno de los pocos españoles) de una prestigiosa organización internacional dedicada al estudio de la historia de los enganches y los herrajes ecuestres en la antigüedad, hizo interesantes aportaciones al conocimiento científico de ese ámbito tan especializado. Tenía una magnífica colección de reproducciones de piezas metálicas exhibidas en muesos de todo el mundo, sobre todo bocados y una excelente biblioteca especializada.
Su inquietud y creatividad la empujaron a explorar también el terreno del arte. Era un original escultor, aunque sólo se animó a exponer en contadas ocasiones, dentro y fuera de Cantabria.
Manejaba y conjugaba con destreza e imaginación piedra, madera y hierro. Era
particularmente estimable su colección de temas taurinos (otro ámbito en que era igualmente experto) requerida en una ocasión para ser expuesta en la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid y otra en Santander con motivo de la feria de Santiago.
Y en su curiosidad por experimentar en nuevos campos y poner a prueba hasta el límite sus grandes habilidades manuales, de su taller salieron también instrumentos musicales e incluso réplicas históricamente perfectas de armas antiguas, como ballestas medievales, cuyos mecanismos funcionaban con la misma eficacia que las originales.
Su enorme valía, en fin, permaneció casi oculta a los ojos del común, salvo para los que tuvimos la fortuna de conocerlo y tratarlo personalmente. Seguramente porque como ser humano, además de ostentar las virtudes inherentes a un auténtico caballero español, fue discreto hasta el límite y humilde en demasía.
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