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24 ago 2013

La Caballeria no puede desaparecer.....







"Soy jinete, amo a mi Arma, la de las gloriosas hazañas, la de los grandes ideales, la que convive con todas las flemas, la que con su uniforme azul pregona el compañerismo, sin rencillas ni resquemores, la que acompaña al infante cuando éste, con su cuerpo y con su alma, sienta pie en las líneas enemigas, la que ayuda a la Artillería a detener el ímpetu contrario". (José Durango Pardini).






Cuentan las crónicas que allá por el verano del año 1925, y en concreto el día del Santo Patrón Santiago, un joven capitán de Caballería, con el corazón encendido por el amor a su Arma, cogió su pluma y escribió estas hermosas palabras.


La Caballería en la actualidad

Cansados estamos todos de oír exclamar: <<La Caballería se acabó>>;  <<iYa pasó su época!>>; <<La Caballería era arma propia de los tiempos medioevales>>;  <<Los adelantos de la Mecánica y de la Química, la han sepultado para siempre>>.

No, mil veces no; sería tanto como proclamar el triunfo de los factores materiales sobre los  morales, y ello no puede ser, mientras la naturaleza humana no se modifique, y mientras exista un Dios en las alturas, que, por mediación de su glorioso Apóstol Santiago, nos inculque la idea de la imperfección de las obras de los hombres y la reverencia más idólatra hacia los mandatos divinos.

La Caballería no puede desaparecer, ni tan siquiera modificar su actuación, mientras ella se eduque en sus fuentes morales propias: y ya que es el arma del momento y de la ofensiva,  y ya que el arrojo y el valor constituyen su carácter, siempre que exista un momento en que, para obtener un éxito, sean cualidades esenciales el valor y el arrojo, lanzad la Caballería, sin miedo a lo desconocido, sin temor a la responsabilidad, y veréis cómo es la misma de siempre, la capaz de las grandes empresas.

Educarla bien. Que sus jefes tengan siempre presente que, según nuestros Reglamentos, sólo les deshonrará una falta: la inacción. Que tienen que explotar aquellas ocasiones oportunas en los combates, que ellos tan sólo deben saber apreciar, sin vacilaciones, sin preocuparse de los sacrificios que les ocasione. Que sus individuos se hallen animados en todo momento de un espíritu levantado que les arrastre a llegar al contrario, sea el que sea, mezclarse con él, y vencerle a toda trance.

Instruidla bien. Que ella sepa que puede actuar en toda clase de terreno; que su fin principal es el choque. Que tenga presente que nunca buscará lauros exclusivos, y que cuando el enemigo es victorioso, corresponde a la Caballería la honrosa misión de la abnegación y del sacrificio. Educadla así, y tendréis hoy una Caballería capaz de ejecutar las mismas proezas que realizaron las antiguas, las mismas que realizarán las venideras.

Las falsas enseñanzas de la pasada guerra son las que pretendieron echar por tierra su prestigio, cuando la verdadera causa la encontramos en la pésima instrucción que se les había dado,  haciéndoles olvidar sus atributos morales, que son precisamente los que le dan su valor. Y es que en esa guerra, y sobre todo en el frente occidental, los adversarios se respetaban mutuamente y prefirieron que los cañones y aviones intervinieran vomitando millones de proyectiles o arrojando, toneladas de explosivos, aunque los problemas fundamentales tardasen en resolverse días, meses, años...

En otros frentes, en aquellos en que uno cualquiera de los combatientes no respetaba al otro, de nada sirvió la Calumba moderna, y vemos a la Caballería, en sus clásicas intervenciones, obtener tantos éxitos que casi llegó a pensarse si sería conveniente lanzar las grandes masas de jinetes, al galope de sus caballos, para atravesar velozmente el campo de batalla.

Nuestro Reglamento, que es,  sin duda alguna, el más completo de los actuales en Europa, sin olvidar un instante los distintos modos de actuar de la Caballería, preconiza como el más decisivo, como el único capaz de lograr el éxito, el choque al arma blanca... Eduquemos en este ambiente a la Caballería, y, para todas nuestras decisiones, prescindamos de los elementos extraños que puedan acompañarnos, y fiemos la victoria tan solo en nuestro propio espíritu y honor. No miremos cuál es el poder material de nuestro contrario, que él estará siempre en razón inversa de nuestra potencia moral, y si tenemos un gran corazón podremos dominar con nuestro afán el loco impulso de los hombres en esa rápida carrera hacia la perfección de los armamentos.  Mirad en la actualidad: ¿Le sirven a los franceses —para decidir o resolver— sus poderosos elementos de combate y su Aviación contra los rífenos, que si bien carecen de ellos, tienen su corazón y no temen al adversario?; recordemos nuestra situación en 1921, cuando tampoco teníamos poderosos medios de guerra; y decidme claramente, con sinceridad, si tardamos nosotros en detener la iniciativa de ese nuestro también enemigo, y si no fuimos los pobrecitos españoles, sin elementos modernos de ataque, los que bien pronto, pasados los primeros momentos de la sorpresa, reconstruimos nuestro frente y dominamos por completo la situación. Sólo nos acompañó una prenda, patrimonio del alma: el valor.  Basta; con él se vence porque se crea la firme y decidida voluntad de vencer.

Soy jinete, amo a mi Arma, la de las gloriosas hazañas, la de los grandes ideales, la que convive con todas las flemas, la que con su uniforme azul pregona el compañerismo, sin rencillas ni resquemores, la que acompaña al infante cuando éste, con su cuerpo y con su alma, sienta pie en las líneas enemigas, la que ayuda a la Artillería a detener el ímpetu contrario.

Soy jinete, adoro a mi Arma; mas también amo y admiro al infante de Ceriñola, Rocroy y Tizzi Azza, al artillero de Insgollad, del Dos de Mayo y de Igueriben, a todos los compañeros del Ejército y de la Armada, fue allí, en mis mocedades, cuando me hicieren jinete, cuando pude pensar y sentir como tal, me inculcaron el compañerismo llevado hasta el sacrificio, y quedaron grabados en mi alma, de manera perenne aquellas hermosas palabras del infortunado general Carvajal;  «Las glorias del Ejército son indivisibles».

Por eso, por el espíritu de camaradería que me anima, quisiera que de vuestras almas se borrasen los prejuicios contra nuestro modo de actuar y que todos a una, exclamemos:

<< La Caballería es lo que ha sido y será siempre lo que es >>, mientras sus jinetes estén dispuestos, como están,  a sacrificarse por la Patria, por el cumplimiento del deber y por las otras Armas y Cuerpos del Ejército, al grito mágico de  <<¡Santiago y cierra España!>> .

José DURANGO PARDINI 
Capitán de Caballería. 


Nota.-
En julio de 1988, se dió de baja en el ejército, por paradero ignorado, al Coronel de Caballería José Durango Pardini.
Su padre, Luis Durango Carreras fue general de brigada de Ingenieros; sus hermanos,  Enrique y Luis Durango Pardini fueron generales de brigada de Caballería; su hermano, Tomás Durango Pardini perteneció al arma de Artillería.


Guillermo


Fuente:

La Correspondencia Militar / Sábado, 25 de Julio de 1925.