"Soy jinete, amo a mi Arma, la de las gloriosas hazañas, la de los grandes ideales, la que convive con todas las flemas, la que con su uniforme azul pregona el compañerismo, sin rencillas ni resquemores, la que acompaña al infante cuando éste, con su cuerpo y con su alma, sienta pie en las líneas enemigas, la que ayuda a la Artillería a detener el ímpetu contrario". (José Durango Pardini).
Cuentan
las crónicas que allá por el verano del año 1925, y en concreto el día del
Santo Patrón Santiago, un joven capitán de Caballería, con el corazón encendido
por el amor a su Arma, cogió su pluma y escribió estas hermosas palabras.
La Caballería en la actualidad
Cansados estamos todos de oír exclamar: <<La
Caballería se acabó>>; <<iYa
pasó su época!>>; <<La Caballería era arma propia de los tiempos
medioevales>>; <<Los
adelantos de la Mecánica y de la Química, la han sepultado para
siempre>>.
No, mil veces no; sería tanto como proclamar el
triunfo de los factores materiales sobre los
morales, y ello no puede ser, mientras la naturaleza humana no se
modifique, y mientras exista un Dios en las alturas, que, por mediación de su
glorioso Apóstol Santiago, nos inculque la idea de la imperfección de las obras
de los hombres y la reverencia más idólatra hacia los mandatos divinos.
La Caballería no puede desaparecer, ni tan siquiera
modificar su actuación, mientras ella se eduque en sus fuentes morales propias:
y ya que es el arma del momento y de la ofensiva, y ya que el arrojo y el valor constituyen su
carácter, siempre que exista un momento en que, para obtener un éxito, sean
cualidades esenciales el valor y el arrojo, lanzad la Caballería, sin miedo a
lo desconocido, sin temor a la responsabilidad, y veréis cómo es la misma de
siempre, la capaz de las grandes empresas.
Educarla bien. Que sus jefes tengan siempre presente
que, según nuestros Reglamentos, sólo les deshonrará una falta: la inacción.
Que tienen que explotar aquellas ocasiones oportunas en los combates, que ellos
tan sólo deben saber apreciar, sin vacilaciones, sin preocuparse de los
sacrificios que les ocasione. Que sus individuos se hallen animados en todo
momento de un espíritu levantado que les arrastre a llegar al contrario, sea el
que sea, mezclarse con él, y vencerle a toda trance.
Instruidla bien. Que ella sepa que puede actuar en
toda clase de terreno; que su fin principal es el choque. Que tenga presente
que nunca buscará lauros exclusivos, y que cuando el enemigo es victorioso,
corresponde a la Caballería la honrosa misión de la abnegación y del
sacrificio. Educadla así, y tendréis hoy una Caballería capaz de ejecutar las
mismas proezas que realizaron las antiguas, las mismas que realizarán las
venideras.
Las falsas enseñanzas de la pasada guerra son las que
pretendieron echar por tierra su prestigio, cuando la verdadera causa la
encontramos en la pésima instrucción que se les había dado, haciéndoles olvidar sus atributos morales,
que son precisamente los que le dan su valor. Y es que en esa guerra, y sobre
todo en el frente occidental, los adversarios se respetaban mutuamente y
prefirieron que los cañones y aviones intervinieran vomitando millones de
proyectiles o arrojando, toneladas de explosivos, aunque los problemas
fundamentales tardasen en resolverse días, meses, años...
En otros frentes, en aquellos en que uno cualquiera de
los combatientes no respetaba al otro, de nada sirvió la Calumba moderna, y
vemos a la Caballería, en sus clásicas intervenciones, obtener tantos éxitos
que casi llegó a pensarse si sería conveniente lanzar las grandes masas de
jinetes, al galope de sus caballos, para atravesar velozmente el campo de
batalla.
Nuestro Reglamento, que es, sin duda alguna, el más completo de los
actuales en Europa, sin olvidar un instante los distintos modos de actuar de la
Caballería, preconiza como el más decisivo, como el único capaz de lograr el
éxito, el choque al arma blanca... Eduquemos en este ambiente a la Caballería,
y, para todas nuestras decisiones, prescindamos de los elementos extraños que
puedan acompañarnos, y fiemos la victoria tan solo en nuestro propio espíritu y
honor. No miremos cuál es el poder material de nuestro contrario, que él estará
siempre en razón inversa de nuestra potencia moral, y si tenemos un gran
corazón podremos dominar con nuestro afán el loco impulso de los hombres en esa
rápida carrera hacia la perfección de los armamentos. Mirad en la actualidad: ¿Le sirven a los
franceses —para decidir o resolver— sus poderosos elementos de combate y su
Aviación contra los rífenos, que si bien carecen de ellos, tienen su corazón y
no temen al adversario?; recordemos nuestra situación en 1921, cuando tampoco
teníamos poderosos medios de guerra; y decidme claramente, con sinceridad, si
tardamos nosotros en detener la iniciativa de ese nuestro también enemigo, y si
no fuimos los pobrecitos españoles, sin elementos modernos de ataque, los que
bien pronto, pasados los primeros momentos de la sorpresa, reconstruimos
nuestro frente y dominamos por completo la situación. Sólo nos acompañó una
prenda, patrimonio del alma: el valor.
Basta; con él se vence porque se crea la firme y decidida voluntad de
vencer.
Soy jinete, amo a mi Arma, la de las gloriosas
hazañas, la de los grandes ideales, la que convive con todas las flemas, la que
con su uniforme azul pregona el compañerismo, sin rencillas ni resquemores, la
que acompaña al infante cuando éste, con su cuerpo y con su alma, sienta pie en
las líneas enemigas, la que ayuda a la Artillería a detener el ímpetu
contrario.
Soy jinete, adoro a mi Arma; mas también amo y admiro
al infante de Ceriñola, Rocroy y Tizzi Azza, al artillero de Insgollad, del Dos
de Mayo y de Igueriben, a todos los compañeros del Ejército y de la Armada, fue
allí, en mis mocedades, cuando me hicieren jinete, cuando pude pensar y sentir
como tal, me inculcaron el compañerismo llevado hasta el sacrificio, y quedaron
grabados en mi alma, de manera perenne aquellas hermosas palabras del
infortunado general Carvajal; «Las
glorias del Ejército son indivisibles».
Por eso, por el espíritu de camaradería que me anima,
quisiera que de vuestras almas se borrasen los prejuicios contra nuestro modo
de actuar y que todos a una, exclamemos:
<< La Caballería es lo que ha sido y será
siempre lo que es >>, mientras sus jinetes estén dispuestos, como
están, a sacrificarse por la Patria, por
el cumplimiento del deber y por las otras Armas y Cuerpos del Ejército, al
grito mágico de <<¡Santiago y
cierra España!>>
.
José DURANGO
PARDINI
Capitán de Caballería.
Nota.-
En
julio de 1988, se dió de baja en el ejército, por paradero ignorado, al Coronel
de Caballería José Durango Pardini.
Su
padre, Luis Durango Carreras fue general de brigada de Ingenieros; sus
hermanos, Enrique y Luis Durango Pardini
fueron generales de brigada de Caballería; su hermano, Tomás Durango Pardini
perteneció al arma de Artillería.
Guillermo
Fuente:
La Correspondencia Militar / Sábado, 25 de Julio de
1925.