Finales de abril de 1503, en Italia. Las menguadas Tropas
de Gonzalo Fernández de Córdoba y
Enríquez de Aguilar, el Gran Capitán,
en inferioridad numérica, se enfrentan a los
franceses, mandadas por el Duque
de Nemours.
Gonzalo Fernández de Córdoba. El Gran Capitán
El Gran Capitán colocó a su derecha a su veterana Infantería, mandada
por Pizarro, padre del conquistador
de Perú, formando en cuadro. En el
centro, los piqueros alemanes, también en cuadro. A la izquierda, la Caballería
pesada mandada por Diego García de
Paredes. Delante de estas formaciones, colocó la Caballería ligera, y
cuatro piezas de Artillería.
Carga la Caballería pesada francesa, le contesta la Artillería
española pero el polvorín explota. El
Gran Capitán grita a los titubeantes soldados: "¡Ánimo, compañeros, esas son las luminarias de la victoria!”.
Un nuevo ataque de la Caballería francesa también
fracasa. Nemours usa la superioridad
numérica de su Caballería pesada, atacó de nuevo de flanco. Los Arcabuceros españoles les produjeron
muchas bajas, también muere entonces el Duque
de Nemours. Le relevó en el mando galo el suizo Chandieu, que evitó a los españoles e intentó atacar al cuadro
central de Piqueros alemanes, siendo
muy castigado por las picas teutonas y los Arcabuceros
españoles. Chandieu murió en
este ataque, y los franceses se retiraron.
Entonces, el Gran
Capitán ordenó un ataque general, diezmó y dispersó el Ejército francés.
Los españoles celebraban la victoria con una buena cena,
cerca del campo de batalla. El Gran
Capitán preguntó a uno de sus pajes, de nombre Vargas, de dónde había sacado la rica vestidura que lucía. Vargas confesó que, durante el combate,
vio a un caballero herido, le derribó de su caballo, reconoció al Duque, le remató y le desnudó, la ropa era un bien
preciado.
D. Gonzalo suspendió la cena, y pidió que le llevara hasta el Nemours muerto. Le hizo vestir con sus
mejores galas. Con solemnidad, en silencio, le llevaron a su campamento y le
rindieron honores militares. D. Gonzalo
costeó personalmente las honras fúnebres. Mandó emisarios al campamento francés
por ver si querían se les entregase el cuerpo
del Duque, o preferían que fuera honrado en el Campamento español. Los
franceses pidieron el cuerpo. El ataúd, forrado de terciopelo negro, a hombros
de Capitanes españoles, escoltado
por cien lanzas a caballo, fue
entregado al Ejército francés.
Además, D. Gonzalo
pagó medio real a quien enterrara a cada francés de los cuatro mil muertos, y
en ello se afanaron los habitantes de la región. Los Soldados españoles
enterraron a sus cien bajas.
Y por último, el
Gran Capitán regaló al derrotado Ejército
francés dos barcos, que había apresado en las costas de Nápoles, para que pudieran regresar por
mar a Francia.
Luis XII, el Rey de
Francia, envió una carta que
también consta en las Crónicas: "No tengo por afrenta ser vencido
por El Gran Capitán de España, porque merece que le dé Dios aun lo que no fuese
suyo, porque nunca se ha visto ni oído Capitán a quien la victoria haga más
humilde y piadoso".
Fernando el Católico, por su parte, escribió al Gran Capitán recriminándole el regalo de las dos embarcaciones al
enemigo. El Gran Capitán le
respondió: "Si nuestras fueran, se
las diéramos; a Dios le gusta más usar de la Misericordia que de la Justicia.
Imitémosle en ello, ya que nos ha dado la victoria".
El Gran Capitán pasó aquella noche pensando sobre lo que había
presenciado. Al día siguiente ordenó que, desde entonces y a la puesta del sol,
se dieran en sus Ejércitos tres “toques
largos” de "caja de guerra". Estos toques se darían en memoria de todos los caídos en combate, tanto de sus Ejércitos, como de sus
enemigos. Se inspiró en una tradición que ya existía desde muchos siglos
antes en la Iglesia, que eran los tres toques de campanas diarios, al alba,
mediodía y puesta de sol. Este último, se llamaba de Oración, y se dedicaba a las almas de los difuntos.
Lo que hizo el Gran Capitán, según
la tradición, fue ligar un toque de este tipo al recuerdo de los caídos de todos los Ejércitos.
"Esta tradición se
extendió por todos los Ejércitos españoles desde entonces. Y después, lo fueron
incorporando el resto de los Ejércitos occidentales, hasta el presente."
P. D.: Esto tuvo lugar en la batalla de
Ceriñola (28 de abril de 1503) fue
un enfrentamiento bélico ocurrido entre las Tropas francesas y españolas, con victoria de estas últimas,
durante la segunda guerra de Nápoles,
en lo que hoy es la ciudad de Cerignola
(provincia de Foggia, en la Apulia),
en aquel entonces una pequeña villa sobre un cerro y protegida por un foso y un
talud levantado por las Tropas españolas
allí acantonadas. Ceriñola marca el
inicio de la hegemonía que España impuso
en los campos de batalla europeos hasta la derrota de Rocroi en 1643.
Francisco Javier de la Uz Jiménez