Poema de un Coronel retirado:
Si el poema es bueno, la postdata es mejor. Llegará a su destino. Sería una lástima que se perdiera por el camino.
Juan Valenzuela Poblaciones
Coronel de Infantería.
COMPAÑEROS
(Romance)
---o-o0o-o---
¿De cuando, señora mía,
vuecencia y yo compañeros?
De cuándo señora mía,
el bachiller recién hecho
se presentó en Zaragoza
con la ilusión en el pecho
para afrontar, aún un crío,
y de la familia lejos
en Proa o en Montañana
por poner algún ejemplo,
largas las horas de estudio,
frías las noches de cierzo,
y meterse en la pelota
el Olabarrieta entero.
La Geografía del Mundo,
la Historia de nuestro pueblo,
aprender y descifrar
ese macabro el invento
le diré, la Descriptiva,
donde sólo en tu cerebro
un plano en tres dimensiones
se convierte y has de verlo;
de Análisis los problemas,
señora ni se los cuento,
por miles había de hacerlos
por miles y corto quedo,
por no hablar del Idioma,
de senos o de cosenos,
el Miranda Podadera
o el Dibujo, que consuelo
llegaba cuando en sus clases
descansaba el cerebelo.
O los tutes de gimnasia
para mantenerse enteco
y así un día tras otro,
sin descanso no le miento;
cuando un mes se nos iba
entraba otro al relevo;
que la dura oposición
no dejaba otro remedio
sino el apretar los codos,
y estudiar sin desaliento.
¿De cuando, señora mía,
vuecencia y yo compañeros?
De cuándo señora mía,
casi temblando de miedo
vuecencia aquel, el tranvía
dejara y allá a lo lejos,
a la General vería,
y quedase sin resuello,
- a caballo un general
en bronce que ya no veo -
los exámenes llegando,
y uno solo e indefenso.
Exámenes si duraban,
sí señora un mes entero,
sería buena señal
pues que uno estaba dentro.
¡De la General cadete!
sólo de pensarlo tiemblo:
toda mi ilusión cumplida,
¡cadete!, ni me lo creo:
esos los rojos cordones,
son míos, que ya los tengo.
¿Cuántos años me costaran?
¡Que importa si ya los llevo!
¿De cuando, señora mía,
vuecencia y yo compañeros?
Pues cuándo si me permite,
compartimos el momento
en que ese repelús,
le recorriera su cuerpo
al gritar el ¡SÍ, JURAMOS!
del bendito Juramento;
o al dejar entre los pliegues,
la emoción, el sentimiento,
de la Bandera de España,
con una lágrima un beso.
De cuándo señora mía,
esas nieblas esos hielos,
o ese rincón en el Mundo,
ese inclemente desierto,
las marchas por San Gregorio,
y los duros campamentos,
ese polvazo señora
de siempre buen compañero,
y en verano las tormentas
las que embarraban el suelo.
Las cañas de los caballos,
y los mulos, qué tormento,
o las horas de instrucción
hasta rozar lo perfecto
con el chopo, que a tu novia
habrías de quererla menos.
Y las marchas de montaña
arriba en el Pirineo,
el esquí, ¡vaya, por fín!
algo divertido y bueno.
De los estudios no hablo,
lo normal, no nos pasemos,
con cinco clases al día
estábamos tan contentos,
y una hora de descanso,
si no tenías arresto:
¿Los protos? todos blanditos,
el que más como el acero,
por no hablar de las revistas,
vuecencia no sabe de eso;
tampoco de la comida,
de “bolovanes” no hablemos.
¿De cuando, señora mía,
vuecencia y yo compañeros?
De cuándo señora mía,
vio amanecer en Toledo
dando cuenta de unas migas,
paso de una marcha previo
a patearse La Mancha
un pasatiempo muy nuestro;
cúantas ampollas señora
sus muy lindos pies tuvieron.
Cuántas veces la vidriera,
- perdone el atrevimiento -
le matizara la luz
del tremendo sol manchego.
De cuándo señora mía,
el estruendo del mortero
enardeciera su ánimo,
o el cañón sin retroceso
sin aliento la dejara
con su estrépito tremendo;
de cuándo le acompañara
se decía en orden abierto,
de aquella obsoleta Alfa,
conocido el tableteo,
y hasta el último tornillo
de tanques y armas ¡qué miedo!,
aprenderse y manejar,
mucho mejor nunca hacerlo;
que a pacífico, señora,
yo le gano, yo le reto,
si no se meten conmigo,
si España no está por medio.
O ver salir la Custodia,
de cobalto azul el cielo,
con el arma presentada
mientras se erizaba el vello,
y las gotas de sudor
resbalaban por el cuello.
¿Pues qué sabe de Alijares
vuecencia, o de ese Cerro
que Cortado le llamamos,
que dejaba sin resuello,
señora hasta el más pintado
cuando, a paso ligero,
habíamos de subirlo
con equipo y armamento?
De cuándo señora mía
que dos estrellas del cielo
bajaran un día de julio
y en su hombrera se pusieron.
¿De cuando, señora mía,
vuecencia y yo compañeros?
De cuándo ante sí tener,
de sus palabras atentos
de España nuestros soldados
por decenas y por cientos,
para tratar de inculcarles
hacia su Patria el respeto;
enseñarles que en la vida
no todo es divertimento,
para hacerlos duros, fuertes,
¿qué sabrá, señora de esto?
De maniobras señora,
y de ejercicios sin cuento,
“de días de claro en claro,
de noches…” de frío y viento.
Del orgullo de mandar,
diga qué sabe al respecto
a paracas que orgullosos
lucen su boina de serlo:
¿cuándo pendió la señora
de una seda y desde el cielo
viera los campos de España,
viera sus villas y pueblos?
O de mandar el orgullo
a cadetes, fuera el tiempo
el de pasar experiencia,
conocimientos y sueños.
Señora, cuándo la azul
faja ciñera su cuerpo;
Santa Cruz de Marcenado,
tras años de mucho esfuerzo,
fuera el testigo, señora,
pues que allí me la impusieron:
por más de doscientos años
nos distingue entre los nuestros.
¿De cuándo el honor le cupo,
de mandar un Regimiento?
Y sobre todo, señora
terminando ya le inquiero:
¿Cuándo un día comimos juntos?
como dicen en mi pueblo.
¿De cuando, señora mía,
vuecencia y yo compañeros?
PD:
¡Por España, y el que quiera
defenderla, honrado muera;
y el que, traidor, la abandone
no tenga quien le perdone,
ni en tierra Santa cobijo,
ni una cruz en sus despojos,
ni las manos de un buen hijo
para cerrarle los ojos.
Félix Torres Murillo
XXIII AGM. Infantería.
Toledo
¡Por España, y el que quiera
defenderla, honrado muera;
y el que, traidor, la abandone
no tenga quien le perdone,
ni en tierra Santa cobijo,
ni una cruz en sus despojos,
ni las manos de un buen hijo
para cerrarle los ojos.
Félix Torres Murillo
XXIII AGM. Infantería.
Toledo