BURROS
Tiene un aire a Chanquete, el de Verano Azul, con su
gorra, su barba blanca, su rostro curtido por el tiempo, los ojos vivarachos.
Dilfenio Romero, de 66 años, trabajó casi 40 en el Canal de Isabel II y hace 24
creó Burrolandia, la Asociación Amigos del Burro, por la zona de Tres Cantos.
Se pasea campechano por sus dominios, rodeado de burros, caballos, cabras,
perros y otros animales, con un bastón en la mano. Los domingos los visitantes
humanos, entre rebuznos, dan zanahorias y lechuga a los burros, más de 50
ejemplares (leoneses, zamoranos, extremeños, africanos…) que Romero ha
rescatado, ahora que la mecanización les ha sustituido en las labores del
campo: están en peligro de extinción. Con ayuda de sus colaboradores les
recoge, les cuida, les cura, les proporciona una existencia plácida. “Es
gratificante, es lo que me da la vida”, dice.
Qué bonitos son los borricos. ¿Por qué los humanos usamos
burro como sinónimo de tonto?
Es un mito. El burro es más inteligente que el caballo, y
con diferencia. Si tienes siete caballos y metes un burro, a la semana todos
los caballos siguen al burro. Cuando no había topógrafos ni ingenieros de
caminos mandaban a un burro y, por donde pasaba, construían el mejor camino.
Son tremendamente inteligentes.
¿Por qué está en
peligro de extinción?
Cuando era niño, en mi pueblo, Alcolea de Tajo, Toledo,
el burro era imprescindible para ir a por agua, a por leña, no había coches ni
camiones. Todo lo hacíamos con los burros. En mi familia había muchos arrieros,
así que les cogí muchísimo cariño.
¿Ya no sirven para
nada?
Aquí tratamos de reubicarlos, por ejemplo, mediante la
burroterapia, que ayuda a niños discapacitados. Es un animal muy dócil, muy
cariñoso, a los niños no les da miedo. Con esa función esperamos que se
mantengan.
¿De dónde salen
estos animales?
Les recogemos, muchas veces abandonados. No solemos traer
caballos, pero el otro día nos llamaron porque había una cuadra abandonada, la
mitad estaban muertos. No tenemos mucha ayuda, nos llaman las instituciones
para recoger animales y luego se olvidan de ti. Que al menos nos den sacos de
pienso para que coman los animales.
¿Cómo se
financian?
Pues con lo que ves aquí: merchandising, camisetas,
bocadillos y con los cubos de comida que vendemos para que la gente alimente a
los animales. No cobramos entrada, para que sea accesible a las familias. Esto
no es un negocio. Abrimos el domingo por la mañana y hasta luego Lucas, hasta
el domingo siguiente. Por semana viene algún colegio.
¿Cómo empezó?
Pues yo solo, en este prado, aquí no había nada. Empecé a
recoger madera y construí estas casetas y estas cuadras. Algunas todavía
aguantan desde el principio. En 2018 tuvimos un incendio que arrasó las
oficinas, pero ya las hemos vuelto a construir.
Hay gente que
trata mal a los animales.
Hace poco me llamaron para recoger una burra que andaba
perdida por un pueblo de Cuenca, de un lado para otro, atravesando las
carreteras. Los chavales del pueblo se montaban encima, le daban vino, le
hacían putadas… Fui para allá con el remolque y me la traje. Se llama Cecilia.
Debe tener un
montón de historias.
Claro: por ejemplo, un burro, llamado Viti, que tenía el
lomo hundido como un dromedario de trabajar toda la vida llevando leña y
carbón. Su dueño había vivido de él toda la vida… ¡mantuvo así a cinco hijos!
Cuando el señor envejeció y le tenían que llevar a la residencia de ancianos,
se negó hasta que le aseguraron que yo iba a recoger al burro.
Qué cosas.
Hay otra que no se me olvidará nunca. Un médico rural
leonés que iba por el mundo, de pueblo en pueblo, visitando a enfermos con su
burra Margarita. Cuando nacían niños y celebraban, los aldeanos le invitaban a
aguardiente. Se cogía unos melocotones que no podía ni andar. Así que le subían
a la burra, le ponían una manta encima y decían: “Margarita, pa’ casa”. Y la
burra le llevaba a casa, a veinte kilómetros, o más, por el monte. Fíjate si
son listos.
¿Es ahora la gente
más sensible a los animales?
Sí, la gente está más concienciada ahora con los
animales, aunque no todo el mundo. ¿Sabes quienes está más concienciados? No
los chavales jóvenes, sino las personas mayores, las que han convivido con
ellos.
LECHE DE BURRA,
COMO EN SU INFANCIA
“La leche de burra está buenísima y tiene muchas
propiedades, dado su alto contenido en retinol”, explica Romero. De niño, en el
pueblo, acostumbraba a beber este preciado líquido. No en vano, dicen que la
mismísima Cleopatra la usaba como cosmético natural. Uno de los quesos más
caros del mundo, a 1.260 euros el kilo, procedente de Zasavica, Serbia, está
hecho con esta leche.