LOS
NIÑOS TARADOS DEL FRANQUISMO
El Caudillo a caballo
Este puede ser el mejor
retrato de nuestra generación, la de los niños que nacimos después de la guerra
civil. La escribe un muy buen articulista, Javier Domenech.
Intentaré resumirlo en las
menos palabras posibles, porque es un artículo largo y había que leerlo
mascando cada palabra para comprender parte de lo que nos está pasando. Estamos
descubriendo ahora que los niños del franquismo éramos unos tarados oprimidos
por la disciplina, educados en la ignorancia, lastrados para el futuro. Nuestra
infancia, para algunos, debió ser el espejismo de un tiempo oscuro.
Pobres tarados que
merendábamos pan con fuagrás y con terrosas onzas de chocolate, que
escuchábamos en la radio las aventuras de Diego Valor, piloto del espacio, que
leíamos las aventuras del Guerrero del Antifaz, El Jabato, El Capitán Trueno y
el TBO. Que comíamos pipas, regaliz, chicle Bazoka y bolitas de anís que nos
vendían en el Kiosco a la puerta del colegio, por cierto que ninguno fue por
esto, ni obeso ni anoréxico, jugábamos a las canicas, piola y con pelotas de
trapo atadas por cuerdas, y las niñas jugaban con muñecas y saltaban a la
comba.
Los justos regalos que
recibíamos eran excepcionales, y por Reyes Magos algunos teníamos la suerte de
recibir algo que durante todo el año veíamos en los escaparates de las
jugueterías.
Fuimos tan tarados que
aguantamos sin secuelas de por vida los capones en el colegio y el dominio de
los mayores. Aprendimos la lista de los reyes godos para ejercitar la memoria,
los dictados eran una prueba de ortografía básica, las raíces cuadradas había
que resolverlas sin calculadora y traducíamos del latín La Guerra de las
Galias. Y si suspendías en Julio, te perdías las vacaciones. Tras ello, muchos
acabaron en la Universidad, y muchos más aprendieron un oficio, iniciado como
aprendices...
Así estábamos de tarados, que
es lo que pretenden hacernos creer algunos que, criados en una sociedad
opulenta, sin más valores que el logro del éxito, confunden nuestra infancia
con la opresión.
Nuestro mayor pecado fue no
valorar el enorme esfuerzo de unos padres que nunca tuvieron vacaciones, y
fracasamos al querer proyectar sobre nuestros hijos una permisividad que a
nosotros nunca nos habrían tolerado. Fuimos tan tarados que ahora nos sorprende
ver como esos retoños, criados en un mundo de solo derechos y ninguna
obligación, se alzan contra la sociedad que les ha permitido disfrutar de lo
que jamás tuvimos nosotros.
Es el triste final de acto en
la tragedia cíclica de nuestra Historia donde los enfrentamientos son más
frecuentes que los encuentros, donde la envidia supera el aprecio, donde
personajes de inanes trayectorias personales, pretenden dirigir las vidas de
los demás para imponer su sociedad soñada.
Tan tarados fuimos. A pesar de
lo cual, ningún trauma nos achica, ningún complejo nos corroe y, yo al menos, y
creo que la inmensa mayoría de mis amigos estamos muy, pero que muy orgullosos
de haberlo vivido y haberlo superado.
¡Con dos cojones¡
Chevi Sr