12 dic 2017

NIÑOS TARADOS DEL FRANQUISMO













LOS NIÑOS TARADOS DEL FRANQUISMO

El Caudillo a caballo

Este puede ser el mejor retrato de nuestra generación, la de los niños que nacimos después de la guerra civil. La escribe un muy buen articulista, Javier Domenech.
Intentaré resumirlo en las menos palabras posibles, porque es un artículo largo y había que leerlo mascando cada palabra para comprender parte de lo que nos está pasando. Estamos descubriendo ahora que los niños del franquismo éramos unos tarados oprimidos por la disciplina, educados en la ignorancia, lastrados para el futuro. Nuestra infancia, para algunos, debió ser el espejismo de un tiempo oscuro.

Pobres tarados que merendábamos pan con fuagrás y con terrosas onzas de chocolate, que escuchábamos en la radio las aventuras de Diego Valor, piloto del espacio, que leíamos las aventuras del Guerrero del Antifaz, El Jabato, El Capitán Trueno y el TBO. Que comíamos pipas, regaliz, chicle Bazoka y bolitas de anís que nos vendían en el Kiosco a la puerta del colegio, por cierto que ninguno fue por esto, ni obeso ni anoréxico, jugábamos a las canicas, piola y con pelotas de trapo atadas por cuerdas, y las niñas jugaban con muñecas y saltaban a la comba.

Los justos regalos que recibíamos eran excepcionales, y por Reyes Magos algunos teníamos la suerte de recibir algo que durante todo el año veíamos en los escaparates de las jugueterías.
Fuimos tan tarados que aguantamos sin secuelas de por vida los capones en el colegio y el dominio de los mayores. Aprendimos la lista de los reyes godos para ejercitar la memoria, los dictados eran una prueba de ortografía básica, las raíces cuadradas había que resolverlas sin calculadora y traducíamos del latín La Guerra de las Galias. Y si suspendías en Julio, te perdías las vacaciones. Tras ello, muchos acabaron en la Universidad, y muchos más aprendieron un oficio, iniciado como aprendices...

Así estábamos de tarados, que es lo que pretenden hacernos creer algunos que, criados en una sociedad opulenta, sin más valores que el logro del éxito, confunden nuestra infancia con la opresión.

Nuestro mayor pecado fue no valorar el enorme esfuerzo de unos padres que nunca tuvieron vacaciones, y fracasamos al querer proyectar sobre nuestros hijos una permisividad que a nosotros nunca nos habrían tolerado. Fuimos tan tarados que ahora nos sorprende ver como esos retoños, criados en un mundo de solo derechos y ninguna obligación, se alzan contra la sociedad que les ha permitido disfrutar de lo que jamás tuvimos nosotros.

Es el triste final de acto en la tragedia cíclica de nuestra Historia donde los enfrentamientos son más frecuentes que los encuentros, donde la envidia supera el aprecio, donde personajes de inanes trayectorias personales, pretenden dirigir las vidas de los demás para imponer su sociedad soñada.

Tan tarados fuimos. A pesar de lo cual, ningún trauma nos achica, ningún complejo nos corroe y, yo al menos, y creo que la inmensa mayoría de mis amigos estamos muy, pero que muy orgullosos de haberlo vivido y haberlo superado.


¡Con dos cojones¡


Chevi Sr

3 comentarios:

Javier de la Uz dijo...

Yo, siempre me hago la misma pregunta: ¿esta juventud habrá tenido una infancia tan feliz como la nuestra? Hay gente que me contesta siempre de igual forma: “seguro que han sido felices”. Le respondo: si, pero… no se la cambio.

Gonzalo Rodríguez-Colubi Balmaseda dijo...

Lo voy a resumir en un verbo, el saber. Sabemos infinitamente mas que nuestra juventud. por que nos enseñaron, por que quisimos y por que pudimos.
Y me jode decir esto, que ya me gustaría que nuestros hijos nos enseñaran mas cosas de las que nos enseñan.

Ana Arrese dijo...

¡Genial! Yo soy de las taradas y a mucha honra. No cambio mi infancia por la de ninguno de las siguientes generaciones y encima, con solo el bachillerato, estábamos mucho mejor preparados que los de ahora. A veces ni se puede leer lo que escriben por la faltas tan horribles de ortografía y, como eso, muchísimas cosas como el empobrecimiento del lenguaje, etc. Pues sí, señores, no me cambio por los que ahora se creen los sabios del mundo y se permiten menospreciarnos.