CONCURSO NACTURNO EN LOS FALDONES
Borja Herraiz de Castro.
EQUUS
Te adjunto esta columna de Fernando Escribano de la Revista
Trofeo Caballo del mes de Febrero, por si tienes a bien publicarlo en el blog. (Es
el sombreado de amarillo)A parte de hacer referencia a Equus, también lo
hace al Club de Poetas.
Gracias y un saludo,
Paco
Equus Riding Shop, S.L.
C/Hilarión Eslava, 32
28015 MADRID
Tel.91 5493391 Fax.91 5433369
www.tiendaequus.com
C/Hilarión Eslava, 32
28015 MADRID
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CAMPEONATO
Por si resulta de tu interés para la entrada del Campeonato.
Un abrazo.
Rubén
MILITARIA
Rogelio
UER
Mirar la foto e identificar nuestra querida UER.
Ángel Cerdido Jr.
ACADEMIA GENERAL MILITAR
Desde ayer (19 de junio) está disponible en la página web de
INTERNET de la Academia General Militar
una nueva
opción en la que se puede realizar una visita virtual a la AGM.
Arturo López de Maturana.
NUMANCIA
Gonzalo R. Colubi.
MISIÓN DE PAZ
Este documental, cuenta el inicio de la participación del
Ejército en la guerra de Bosnia-Herzegovina. Los antiguos reconoceréis a
alguno...
Santiago Álvarez (Tijeras)
AFGANISTÁN
Cuatro hombres en un paisaje hostil
Me telefonea Augusto Ferrer-Dalmau, nuestro pintor de
batallas. El que tiene la maldita Internet saturada, entre otras cosas, de
reproducciones de ese lienzo sobre Rocroi -El último tercio, es el título- al
que todos los amigos se ven en la obligación de enviarme enlaces en plan «Éste
te va a gustar», etcétera. Y me dice, el compadre, que vaya a Valladolid, a su
estudio, que ha terminado el cuadro sobre Afganistán. Que me lo quiere enseñar
antes de librarse de él. Y como los amigos están para fastidiarlo a uno, allá
me voy, resignado, carretera arriba hasta Valladolid, oyendo a Carlos Herrera
en la radio. Y le aterrizo al pintor en su estudio con buena luz de media
mañana, perfecta para mirar bien su último trabajo. Y allí, entre sables,
morriones, pistolones, pellizas de húsar y otros artilugios que Augusto utiliza
como motivos para ambientar sus trabajos, está el último cuadro, grande,
estupendo: La patrulla, se llama. Y muestra, en un paisaje desolado y
desértico, con colinas ocres al fondo, las casas de un pueblucho mísero; y
entre ellas y el espectador, como si el jefe de la patrulla acabara de volverse
hacia atrás para mirar a los hombres que lo siguen, cuatro soldados españoles y
uno afgano, que con equipo de combate caminan espaciados, las armas a punto,
internándose cautos por territorio hostil, mientras el sol del atardecer
proyecta en el suelo sus sombras largas sobre la tierra calcinada.
Sé que para Augusto es un cuadro importante. Su homenaje
personal a los soldados españoles que combaten -ésa es la palabra exacta, pese
al lenguaje perifrástico oficial- desde hace tiempo en Afganistán, y cuya
misión se encuentra en fase de repliegue. Augusto ha pintado este cuadro para
donarlo al museo del Ejército de Toledo. A fin de documentarlo pasó varios días
con las tropas españolas, a tiro de los talibán. Jugándosela en posiciones
avanzadas, peligrosas. He visto el álbum extraordinario de bocetos que trajo de
allí como material base: retratos, apuntes, paisajes, estudios de luz, de
sombras, rostros de afganos, paracaidistas y legionarios españoles, cada uno
con su historia, sus notas minuciosas, sus referencias útiles para el proyecto.
Paradójicamente, tras esa copiosa cantidad de material, la obra final sobre el
lienzo aparece por contraste vacía, casi desnuda, absoluta en su simplicidad;
en su árido paisaje y en esos casi solitarios hombres duros que pisan aquel
peligroso rincón del mundo. Misión de paz, misión de guerra, fiel infantería de
toda la vida, la misma que aparece en el ya legendario lienzo sobre el último
cuadro en Rocroi. La vieja y única historia posible: lealtad a los compañeros
inmediatos más que a las grandes palabras huecas y a las cambiantes banderas
donde tanto canalla se envuelve y medra. Un cuadro grande, un paisaje árido,
unos soldados. Cuatro españoles que caminan por un paisaje hostil,
protegiéndose serenos unos a otros. Sabiendo que nadie les agradecerá nada.
Realizando con pundonor y sencillez el trabajo por el que les pagan, como
llevan haciéndolo desde hace siglos. Desde que la palabra guerra, por azares de
la vida y de la Historia, se interpone en el camino del ser humano.
«¿Qué te parece?», pregunta Augusto, parándose a mi lado.
Está inquieto, como siempre que enseña un cuadro nuevo. Con esa inseguridad del
artista humilde que, pese a su dominio del oficio, sabe que cada trabajo es
empezar otra vez desde cero, jugársela. Este último lienzo -penúltimo en
realidad, pues acaba de abocetar otro sobre la batalla de San Marcial- me gusta
mucho, y se lo digo. Lo hago sin demasiada retórica, pues sé que los elogios
excesivos intranquilizan más que ayudan. Hago observaciones, señalo algún
detalle que me llama la atención. Luego nos quedamos los dos mirando el cuadro
en silencio, y al rato comento: «Lo has clavado, cabrón». Entonces Augusto
sonríe, relajado al fin. «Es mi homenaje -dice-. Y cuando la misión allí
termine, escribiré detrás los nombres del centenar de muertos que hemos tenido
en Afganistán. Aunque en el museo no se vean, yo sabré que están ahí». Apruebo
la idea. Después me pide que elija un boceto para mí, entre los que tiene
tirados por el suelo. Quiere hacerme ese regalo. Escojo uno magnífico, de un
legionario barbudo, y Augusto sonríe. «Quiero que pongas alguna cosa detrás de
La patrulla, de tu puño y letra, y que lo firmes. Que quede ahí para siempre».
Es un honor, respondo. Me entrega un rotulador, y con él me voy detrás del
cuadro. Pienso un momento, y escribo: «Durante siglos, en cada una de sus
huellas estuvo España».
José V. Ruiz de Eguílaz y Mondría
Coronel de Caballería