MEMORIA DE ELEFANTE
Estábamos instruyendo, 1964, a los reclutas en el recién creado Campamento de Instrucción de Reclutas (CIR) de Santa Cruz de Parga, en la provincia de Lugo.
El contingente a instruir se distribuía en cuatro Batallones, a razón de unos ochocientos hombres por cada uno de ellos y dentro de cada Batallón se formaban cuatro Compañías.
Para instruir al personal de cada Compañía, unos doscientos reclutas, el Capitán que la mandaba disponía de un Oficial, un Suboficial o Cabo Primero y unos pocos soldados, como auxiliares de instrucción.
Desde el primer día de Campamento, el Coronel que mandaba el CIR presenciaba el desarrollo del programa de instrucción, ahora en una Compañía, luego en otra, más tarde en otra y así, de este modo, al cabo de la jornada se había visto, por lo menos, a la mitad del Campamento. Al día siguiente se vería el resto.
Y así, un día con unos y otro día con otros, le teníamos continuamente con nosotros.
Su presencia no era mala, no resultaba negativa pero, como el Coronel era un hombre muy hablador, extrovertido, impulsivo como buen jinete de Caballería que era, siempre interrum-pía al Oficial que estuviera dando su teórica, para a-postillar lo que fuera o para con-tar sus experien-cias personales y que, sobre el tema y a lo largo de su dilatada vida pro-fesional, se le ha-bían presentado y que tan bien, se-gún decía, había sabido resolver.
Al final de la jornada, des-pués de que fina-lizaba la ins-trucción del día, terminado el des-file que a diario se hacía ante él, nos reunía a todos los mandos, de Capi-tán a Teniente Co-ronel, en una sala de reunión que se había habilitado al efecto y nos comentaba sus impresiones sobre lo que había observado a lo largo de la jornada y los defectos que, a su juicio, se habían producido.
Todo esto era indudablemente muy positivo al principio de la reunión pero, mientras pasaban los cuartos de hora de monólogo, allí no hablaba más que el Coronel, se le iban calentando las menínges y la boca y empezaba a caldearse el ambiente que, sin llegar a ser desagradable, se hacía incómodo por lo reiterativo de sus comentarios.
Personalizaba los detalles que no le habían gustado y hacía culpable de ellos a los Capitanes de las Unidades, cuando en la mayoría de los casos, eran otras las causas originarias de las faltas criticadas.
Nunca pensaba que llevábamos allí solo, cinco, diez o quince días instruyendo a aquella gente, desde el primer día ya la culpa, de lo que fuera, era achacada a los Capitanes. ¡La gente no lleva bien el paso, no sabe desfilar! decía y con una mirada, cómicamente fiera, parecía querer fulminar al Capitán de la Compañía que no le hubiera gustado desfilando.
¡Mi Coronel!. insinuaba el mando que se creía aludido por el comentario y por la furiosa mirada que el Jefe tenía clavada en él. ¡Solo llevamos cuarenta y ocho horas de Campamento!
El Coronel reiteraba su centelleante mirada al Capitán, que había osado responderle y seguía diciendo con voz de trueno
¡En Beni Aros, al día siguiente de llegar, mis reclutas desfilaban mejor que los veteranos! y aprovechaba lo de Beni Aros para explicarnos que Beni Aros era una Kabila próxima a Xauen, en Marruecos y que él llegó allí un anochecer con su escuadrón.
El tiempo estaba lluviosísimo, llevaba lloviendo tres días sin parar y nos contaba que, mientras las demás Unidades intentaban resguardarse de la lluvia y de las fuertes ráfagas de viento que soplaban despiadadamente, él con sus muchachos levantaron, con paja y barro un pequeño campamento que, al día siguiente, al amanecer, fue la admiración de propios y extraños.
¡La gente no sabe aún las obligaciones del Soldado! decía. ¡La gente no hace bien los giros pié a tierra! y allí se veía que mezclaba ideas de jinete y de infante. ¡La gente no sabe aún cantar ninguna de las canciones de Campamento!. ¡La gente...!.. ¡La gente....!. esta era su forma preferida de referirse a la tropa recién incorporada.
Ante cualquier conato de justificación, por parte de los Capitanes, el Coronel, con voz estentórea, gritaba que en Ben Karrich, en Tortosa, en Zaragoza, en donde fuera, sus hombres desde el primer día lo hacían todo a la perfección. ¡Como si ya vinieran instruidos de sus casas!.
Así discurrían los ahora llamados "breefings" , que no eran otra cosa que juicios críticos. Sin ser desagradables, pues la sangre nunca llegaba al río, quiero decir que no salía ningún Oficial arrestado debido a sus intemperancias, si eran, al final, motivo de cachondeo, desde luego discreta-mente disimulado, no había porque ir a buscarle los tres pies al gato
¡Hay que esforzarse!. ¡Hay que esmerar-se!. ¡Hay que su-perarse!. ¡Hay que trabajar muchí-simo más!. Todo esto lo decía dando a entender que las diez ho-ras que pasábamos a diario en el campo de instruc-ción, lloviera, ne-vara o hiciera un sol endiablado y esto podía suceder todo en una misma mañana, porque en Parga en unas horas se podían vivir todos los fenómenos meteorológicos, pues todo esto le parecía, a nuestro señor Coronel, que era un simple "picnic" y no una jornada agotadora para los mandos y para los pobres reclutillas.
Se veía llegar el final de la reunión, "breefing" o juicio crítico, como se le quiera llamar y ya en un ambiente más distendido parecía más fácil hacer comentarios privados o públicos sobre los temas que habían dado lugar a las intervenciones del Coronel.
Aquel día algunos mandos ya iban levantándose de sus asientos y de repente, de nuevo la potente voz del Jefe se dejó oír.
¡Un momento!. ¡Un momento!. ¡No he terminado todavía! Un silencio palpable se apoderó de la pequeña algarabía que se había ido formando.
Guardamos silencio y nos sentamos otra vez, esperando que nos diera alguna orden especial para el día siguiente, solía hacerlo a menudo y a última hora.
¡Hay algo que quiero comentar!. ¡No tiene disculpa, ni la más mínima disculpa, que los Capitanes no sepan aún los nombres y apellidos de sus reclutas, de los de su Compañía!. y haciendo una pequeña pausa para comprobar que estábamos todos atentos, siguió diciendo. ¡He observado que muchos Capitanes llaman a su gente sin personalizar su nombre y sus apellidos!. ¡El de gafas, el del bigote, el calvo!. ¿Qué forma es esta de llamar a sus soldados, a los soldados de su Compañía?. y estas últimas palabras ya las dijo con voz totalmente alterada, furiosa. ¡Esto es inadmisible!. ¡Totalmente inadmisible!. su voz chirriaba en la sala y en nuestros oídos.
Un Capitán se permitió comentarle que solo llevábamos cinco días con los reclutas, que eran casi doscientos por Compañía y que era muy difícil conocerlos a todos en tan corto espacio de tiempo de estar con ellos. Harían falta por lo menos una semana o dos para llegar al conocimiento de la mayoría, porque a todos era prácticamente imposible.
¡No importa, no hacen falta tantos días!. tronaba el Coronel y continuaba diciendo ¡Yo, como veis, voy a instrucción todos los días y paso por todas las Compañías cuando se está pasando lista de retreta!. ¿No es así? nos preguntaba retador a los Capitanes que le estábamos mirando, pendientes de sus palabras. ¡Pues si era cierto que le teníamos con nosotros a todas las horas del día!.
¡Pues bien Capitanes, oídme! y con el gesto altanero de quien se sabe un superdotado, o por lo menos cree serlo, nos apabulló con sus siguientes palabras ¡Yo me sé el nombre y apellidos de más de la mitad del Campamento!. ¡Me sé como se llaman la mitad de los reclutas que tienen los Batallones!
Nuestra incredulidad ante tal aseveración nos delató, un murmullo se dejaba oír en la sala. Nuestros comentarios en voz baja ya eran más que audibles.
Nuestras caras delataban nuestra duda y asombro por lo que acababa de decir nuestro Coronel.
¡Lo que yo digo es cierto! bramó. Nuestra expresión lejos de mejorar iba empeorando.
El Coronel volviéndose a su Comandante Ayudante, que llevaba con él por lo menos tres me-ses, desde mu-cho antes de que se incorpo-raran los reclu-tas, le dijo
¿Verdad Jorro que lo que yo digo es cierto?
El Co-mandante muy disciplinado, se puso en pié y dijo, con una expresión in-descriptible en su cara
¡Porro, mi Coronel, Po-rro!. y remachó ¡Mi apellido es Porro, mi Coronel!
¡El Coronel que presumía de conocerse a medio Campamento a los cinco días de empezarlo, no sabía cuál era el apellido de su Ayudante, después de estar tres meses juntos todo el día!.
Todos los Capitanes nos levantamos a punto de estallar de risa y el bueno del Coronel nos echó fuera de la sala a gritos.
Solo se quedaron con él los Comandantes, entre ellos Porro y al salir unos minutos más tarde se negaron a comentar con nosotros lo que había pasado al salir los Capitanes de la reunión.
Al día siguiente se siguió el programa de instrucción.
El Coronel vino, como siempre, a la hora acostumbrada y siguió comportándose como hiciera desde el primer día, pero en su trato, en sus gestos, en su mirada incluso, parecía adivinarse un destello de lo que no teníamos ninguna duda que era, una magnífica persona.
Pasaron los meses y nos fuimos de Parga los que habíamos estado de instructores en aquel primer Campamento de reclutas en el CIR, pero en nosotros se quedó el recuerdo de nuestro Coronel de Caballería ESPINOSA OSTERET buen militar y un caballero.
Cuando unos años después de aquel primer CIR, estando de sobremesa en una comida particular que tuvimos unos amigos y yo con un General de Artillería, casualmente salió a colación el CIR y su primer Coronel y el General, que había sido compañero de él en varios destinos, nos habló largamente sobre su persona y lo hizo de tal modo elogiosamente que nos quedamos maravillados de la gran persona que se escondía detrás de aquel toroso y elocuente militar.
Marcial Vallespir Socías
Coronel de Artillería