Lo que deben a Franco la Iglesia, la Monarquía y la Democracia:
Hay tres grandes instituciones que lo deben todo a Franco o, si se prefiere, al franquismo: la Iglesia, la Monarquía y la Democracia. No hace falta argumentar
las dos primeras, por su evidencia, pero muchos considerarán un despropósito
mencionar la tercera, dado el confusionismo creado al respecto. El análisis más elemental nos permite ver que la
democracia nunca pudo venir de la oposición
antifranquista, lo mismo que basta observar la composición del Frente Popular para entender que no
solo no eran demócratas, como
desvergonzadamente se les ha presentado, sino precisamente los más feroces enemigos de las libertades y de España.
Franco tuvo dos clases de oposición,
la comunista y/o terrorista, y la de algunos chisgarabises, intrigantes y
aprovechadillos manifestados en “el
contubernio de Múnich” y más tarde en la Junta y la Plataforma “democráticas”,
que agrupaban en torno a los “democráticos”
PCE y PSOE a una mezcolanza de
democristianos, socialdemócratas, maoístas, carlistas-trotskistas y
personajillos sueltos que creían llegada su ocasión de mandar; en Cataluña separatistas, socialistas, terroristas, cristianos
“progres”, etc. giraban sobre
iniciativas comunistas.
El franquismo, hay que
repetirlo frente a las demagogias, dejó un país próspero y sin los odios y
miserias de la República, creó las
condiciones sociales y económicas para
una democracia real. Los promotores
de la democratización de España fueron políticos del franquismo: el Rey, Torcuato Fernández Miranda, Suárez, Fraga, etc. La opción
final fue la de Torcuato, que
triunfó plenamente de los antifranquistas
con el referéndum de diciembre del 76, que por abrumadora mayoría decidió una
evolución o cambio de la ley a la ley,
desde la legitimidad de Franco y no contra ella. No debe
olvidarse que el prestigio del Rey
entonces provenía muy directamente de la autoridad de Franco, que re-instauró la
institución, un caso único en el mundo del siglo XX; un Gobernante respetado y en general
querido por la gran mayoría de los españoles. Esto lo demostró no solo su
entierro sino también el citado referéndum contra las pretensiones rupturistas
de los aspirantes a un nuevo y criminal Frente
Popular, del que se consideraban herederos. Muy pronto empezó a
traicionarse dicha decisión popular por
unos dirigentes salidos del franquismo,
pero de ínfimo nivel político e intelectual, para quienes la historia había
transcurrido en vano. En lugar de mantener
a raya política e ideológicamente a los nuevos frentepopulistas, les
cedieron la bandera de la historia, la democracia, el progreso, la cultura y
las ideas en general.
Ahora, los herederos de
los destructores de la Monarquía, exterminadores de la Iglesia y liquidadores
de lo que tuvo de democrática la República, aspiran a profanar la tumba de
Franco, el mayor estadista que ha
producido España quizá desde Felipe II. Con ello vuelven a demostrar su
ingente mezcla de estupidez y canallería, que decía Marañón de los republicanos. No es una cuestión menor, sino un
intento delictivo del mayor alcance político, moral y finalmente histórico.
Intento que puede transformarse en realidad si la Iglesia, la Monarquía y los
demócratas reales no se oponen con
energía suficiente. Vivimos en una democracia fallida, en pleno golpe de estado permanente desde Cataluña
y con leyes totalitarias como las LGTBI
y las de memoria histórica. No es casual que quienes buscan profanar y ultrajar la tumba de Franco planeen
atacar al mismo tiempo las libertades de opinión, expresión, investigación y
cátedra.
En
esta ocasión van a tener que retratarse todos. No los actuales partidos,
verdaderas mafias que parasitan las normas democráticas desde hace mucho, pero sí los que de algún modo se consideran
demócratas. Las consecuencias de no hacerlo serán demoledoras, contra lo que
piensan los de “la economía lo es todo”, como aquel necio que ha legado al país una
situación crítica.
Francisco Javier de la Uz Jiménez