CARTA ABIERTA DE UN SACERDOTE
a
Pablo Iglesias Turrión
Me permito dirigirle esta carta,
como sacerdote-capellán que tiene la suerte de ejercer su ministerio en el
ámbito universitario. Concretamente, lo hago en las facultades de
Filosofía-Filología UCM, lugar en el que se fragua, en su aspecto más
identitario, la formación que usted preside, al menos en la fase prefundacional
y en sus primeros años de existencia: «Podemos». Estoy convencido de que más en
Filosofía que en la facultad de Políticas de Somosaguas, al menos en lo que se
refiere a la cuestión ideológica.
Para resolver un problema resulta
indispensable hacer un buen diagnóstico, y si el diagnóstico está bien hecho,
implícitamente está la solución. Y esto es precisamente lo que no veo, señor
Iglesias. Más bien veo lo contrario. No veo un diagnóstico profundo, riguroso,
de lo que sucede en España. Esto es lo que con esta carta, modesta y
humildemente, deseo compartir con usted, con el único objetivo de contribuir a
prestar un servicio. Al menos eso desearía.
En el último libro-entrevista que
escribió Juan Pablo II, titulado «Memoria e identidad», ya solo en el título
aparece un diagnóstico de lo que sucede en nuestros días, y apunta a una
solución. Hay en la actualidad una gran crisis de identidad. No sabemos lo que
es un hombre, lo que es una mujer, lo que es el matrimonio, cuándo empieza la
vida, lo que es España, etcétera. La crisis de las identidades tiene como causa
y está, por tanto, relacionada en última instancia con la «cuestión» de Dios.
Sobre esto querría compartir con usted algunas reflexiones.
El «tema» de Dios es neurálgico
para el crecimiento sano y equilibrado de la persona, y para vertebrar una
sociedad de un modo armónico e integral. Su ausencia en nuestra vida social y
personal, como de hecho está sucediendo, la acaban ocupando ídolos, tales como
el dinero, los nacionalismos, la idolatría del Estado u Estatolatría, el
mercado, otras ideologías etcétera. Un mundo sin Dios acaba siendo un mundo
contra el hombre. Por ejemplo: ¿Qué es el nacionalismo sino una religión
política? La ausencia de Dios está en el origen de todos los males.
La religión en general y el
cristianismo de un modo muy especial es dador de sentido y ejerce una función
de control social. Esto es un bien para todos. También para los no creyentes.
Es urgente recuperar el sentido de Dios y la categoría de lo sagrado.
El mejor servicio que puede
ofrecer la política para resolver los problemas es contribuir a revitalizar la
identidad y la cultura cristiana en las instituciones, en la educación, en las
universidades, en las artes, en la legislación, en el espacio público, en los
medios de comunicación, etcétera. La civilización cristiana ha sido y es faro
de luz, y de verdadero progreso para todos, y por supuesto es el mejor antídoto
para el fundamentalismo islámico cuyo caldo de cultivo es el laicismo nihilista
rampante.
No caigamos en el error de pensar
que se puede mejorar la sociedad cambiando solo el marco constitucional. Solo
hombres y mujeres virtuosos serán capaces de regenerar la sociedad. El cambio
de régimen, en el marco legal externo, sin lo que acabo de señalar, no servirá
para nada. Y si pretende hacerse un cambio de régimen, al margen de la legalidad,
el remedio acabará siendo peor para todos, por mucho entusiasmo popular que al
principio pudiera suscitar.
Debemos recuperar palabras como
hombre, mujer, matrimonio natural -que es el fundamento- de la familia, papá,
mamá, hijo, hija, sagrado, persona, sociedad civil, España...
Solo he pretendido hacer un
diagnóstico lo más profundo posible, y ofrecer vías de solución, dada la
emergencia nacional, cada día más acuciante, de tantos ciudadanos y ciudadanas
por la situación en la que nos encontramos. Recibe un afectuoso y fraternal
abrazo. Fraternal porque tenemos un Padre común que solo nos revela:
¡Jesucristo! Como dice el Papa Francisco en su última encíclica, «Fratelli
tutti».
*Juan Carlos Guirao es
capellán de Filosofía-Filología en la Universidad Complutense de Madrid
ZALAMERA