21 feb 2021

CARTA ABIERTA DE UN SACERDOTE

 



CARTA ABIERTA DE UN SACERDOTE 

a

 Pablo Iglesias Turrión


 Ante la situación de emergencia, no solo económica, es urgente hacer un diagnóstico lo más riguroso posible. Detrás de los problemas políticos y sociales hay cuestiones religiosas (teológicas) mucho más profundas

Estimado señor Iglesias:

Me permito dirigirle esta carta, como sacerdote-capellán que tiene la suerte de ejercer su ministerio en el ámbito universitario. Concretamente, lo hago en las facultades de Filosofía-Filología UCM, lugar en el que se fragua, en su aspecto más identitario, la formación que usted preside, al menos en la fase prefundacional y en sus primeros años de existencia: «Podemos». Estoy convencido de que más en Filosofía que en la facultad de Políticas de Somosaguas, al menos en lo que se refiere a la cuestión ideológica.

Para resolver un problema resulta indispensable hacer un buen diagnóstico, y si el diagnóstico está bien hecho, implícitamente está la solución. Y esto es precisamente lo que no veo, señor Iglesias. Más bien veo lo contrario. No veo un diagnóstico profundo, riguroso, de lo que sucede en España. Esto es lo que con esta carta, modesta y humildemente, deseo compartir con usted, con el único objetivo de contribuir a prestar un servicio. Al menos eso desearía.

En el último libro-entrevista que escribió Juan Pablo II, titulado «Memoria e identidad», ya solo en el título aparece un diagnóstico de lo que sucede en nuestros días, y apunta a una solución. Hay en la actualidad una gran crisis de identidad. No sabemos lo que es un hombre, lo que es una mujer, lo que es el matrimonio, cuándo empieza la vida, lo que es España, etcétera. La crisis de las identidades tiene como causa y está, por tanto, relacionada en última instancia con la «cuestión» de Dios. Sobre esto querría compartir con usted algunas reflexiones.

El «tema» de Dios es neurálgico para el crecimiento sano y equilibrado de la persona, y para vertebrar una sociedad de un modo armónico e integral. Su ausencia en nuestra vida social y personal, como de hecho está sucediendo, la acaban ocupando ídolos, tales como el dinero, los nacionalismos, la idolatría del Estado u Estatolatría, el mercado, otras ideologías etcétera. Un mundo sin Dios acaba siendo un mundo contra el hombre. Por ejemplo: ¿Qué es el nacionalismo sino una religión política? La ausencia de Dios está en el origen de todos los males.

La religión en general y el cristianismo de un modo muy especial es dador de sentido y ejerce una función de control social. Esto es un bien para todos. También para los no creyentes. Es urgente recuperar el sentido de Dios y la categoría de lo sagrado.

El mejor servicio que puede ofrecer la política para resolver los problemas es contribuir a revitalizar la identidad y la cultura cristiana en las instituciones, en la educación, en las universidades, en las artes, en la legislación, en el espacio público, en los medios de comunicación, etcétera. La civilización cristiana ha sido y es faro de luz, y de verdadero progreso para todos, y por supuesto es el mejor antídoto para el fundamentalismo islámico cuyo caldo de cultivo es el laicismo nihilista rampante.

No caigamos en el error de pensar que se puede mejorar la sociedad cambiando solo el marco constitucional. Solo hombres y mujeres virtuosos serán capaces de regenerar la sociedad. El cambio de régimen, en el marco legal externo, sin lo que acabo de señalar, no servirá para nada. Y si pretende hacerse un cambio de régimen, al margen de la legalidad, el remedio acabará siendo peor para todos, por mucho entusiasmo popular que al principio pudiera suscitar.

Debemos recuperar palabras como hombre, mujer, matrimonio natural -que es el fundamento- de la familia, papá, mamá, hijo, hija, sagrado, persona, sociedad civil, España...

Solo he pretendido hacer un diagnóstico lo más profundo posible, y ofrecer vías de solución, dada la emergencia nacional, cada día más acuciante, de tantos ciudadanos y ciudadanas por la situación en la que nos encontramos. Recibe un afectuoso y fraternal abrazo. Fraternal porque tenemos un Padre común que solo nos revela: ¡Jesucristo! Como dice el Papa Francisco en su última encíclica, «Fratelli tutti».

*Juan Carlos Guirao es capellán de Filosofía-Filología en la Universidad Complutense de Madrid

https://www.abc.es/espana/abci-carta-abierta-sacerdote-pablo-iglesias-turrion-202102200113_noticia_amp.html



ZALAMERA

LADRÓN DE MIRADAS

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