Alfonso Ussía.
/ 10/07/2015
A quien corresponda
A la presumible alcaldesa de Madrid y a quien en realidad
gobierna sobre ella: He leído que han previsto eliminar del callejero de Madrid
más de trescientos nombres. Agustín de Foxá, José María Pemán, Salvador Dalí,
Santiago Bernabéu – no hay huevos–, y Pedro Muñoz-Seca, entre otros. Por
franquistas. Permítanme que hoy me ocupe exclusivamente del último. Nació en el
Puerto de Santa María, se doctoró en Derecho y Filosofía y Letras en Sevilla,
se instaló en Madrid para cumplir con sus sueños de autor teatral y estrenó en
la Capital de España 187 comedias.
Casado y con nueve hijos, la segunda de ellos, mi madre.
Don Pedro pudo ser franquista, pero sus antecesores en el
odio no le permitieron la libertad de elegir. En julio de 1936 estrenó en
Barcelona, en el Teatro Poliorama, su comedia la «La Tonta del Rizo». No iba
con segundas porque no conocía a la señora Carmena. En Barcelona fue detenido y
llevado a la prisión-checa de San Antón. Y cuatro meses más tarde, el 28 de
noviembre de 1936, torturado y asesinado en Paracuellos del Jarama, sacrificio
que compartió con otros cinco mil españoles, más de un centenar de los cuales
eran menores de edad. Hijos de militares. Pena de muerte.
Don Pedro, que no le hizo mal a nadie y bien a muchos ,
perteneciente a la clase media andaluza, era el segundo varón de la familia,
precedido por su hermano don Francisco, médico del Puerto de Santa María y
seguido por su hermano don José, pediatra con toda su carrera desarrollada en
Madrid. Hasta que pudo vivir y mantener a su familia con sus éxitos teatrales,
trabajó en el bufete de don Antonio Maura e impartió clases particulares a
domicilio de Griego, Latín y Hebreo. Entre sus éxitos, a punto de cumplirse el
centenario de su estreno, destaca «La Venganza de Don Mendo» la obra teatral
que comparte con «Don Juan Tenorio» de Zorrilla, el honor de ser la más
representada en la historia del Teatro en España.
Don Pedro era colaborador de ABC, lector de ABC y suscriptor
de ABC, entre otros motivos por su estrecha amistad con don Torcuato Luca de
Tena. Y era monárquico. Su amistad con Don Alfonso XIII está documental y
visualmente demostrada. Podían quitarle ustedes la calle por monárquico y
lector de ABC, pero no por franquista, que podía haberlo sido, pero sus
antecesores en el odio lo asesinaron antes de que pudiera elegir.
Siendo portuense y vecino de Madrid, su gran amor fue San
Sebastián. Allí, en el Teatro Victoria Eugenia, estrenó una decena de obras. Se
enamoró de una villa de Ondarreta. Era amigo de los Llobregat que tenían una
casa «Toki Ona», que significa «Villa Grande», y de los Satrústegui y Padilla,
propietarios de «Toki Eder», «Villa Hermosa». Mi abuelo quiso bautizar a su
casa «Toki El Timbre», pero no pudo hacerlo porque ya, sus antecesores en el
odio, lo habían asesinado. Cuando se confirmó su muerte, Don Alfonso XIII le
envió desde el exilio una carta a mi abuela, con el sobre manuscrito: «Dª
Asunción Ariza, Viuda de Muñoz-Seca. ‘‘Villa Toki El Timbre’’. Ondarreta. San
Sebastián. España». Los Muñoz-Seca no vivían allí, pero la carta llegó.
Durante el cautiverio –horas y horas pasé junto a sus
compañeros supervivientes conociendo detalles–, Don Pedro se convirtió en el
repartidor de optimismos y esperanzas. De cuando en cuando aparecía por ahí el
despreciable Gálvez, uno de los más abyectos personajes de la época, visitador
de checas y ejecutor de quienes consideraba sus adversarios. Don Pedro había
ayudado a Gálvez, un mal poeta, a sobrevivir durante años. El 27 de noviembre,
le llegaron rumores de su inmediato «traslado» a Valencia. Ya lo había firmado
Santiago Carrillo. Se trataba de unos «traslados» a Valencia muy fugaces, por
cuanto el traslado finalizaba siempre en la hilera de la muerte de Paracuellos,
ante el pelotón de fusilamiento del Frente Popular.
Don Pedro se encerró con el padre Ruiz del Rey, en una
celda en la noche del 27. Salió fortalecido. De su puño y letra escribió a su
mujer la última carta. Está fechada el 28 de noviembre de 1936, horas antes de
ser pasado por las armas. En la carta, que le llegó a mi abuela a través del
encargado de Negocios de México con tres años de retraso, don Pedro le
relaciona las pequeñas deudas que ha dejado entre sus compañeros. Tranquiliza a
la familia. Manda un profundo beso a sus hijos y les hace ver que su sacrificio
es por España. Ordena a su mujer que se ocupe de su madre, allá en el Puerto de
Santa María. Se reafirma en su Fe y le ofrece a Dios todos sus sufrimientos.
Perdona a sus verdugos. Es una carta de dos cuartillas, emocionante y
sintética. Algunos de sus hijos murieron sin leerla. En la postdata la última
frase: «Como comprenderás voy tranquilo y libre de culpas».
A las seis de la mañana se oyó su nombre. Abrazos y
despedidas. Los milicianos «Dinamita» y Riquelme –sus antecesores en el odio–,
le arrebataron el abrigo, rompieron sus gafas y para humillarlo, le cortaron
sus largos y célebres bigotes. Con un alambre le ataron las muñecas y lo
llevaron al camión de los afligidos. Ya en Paracuellos, pidió un cigarrillo.
Había sido un fumador empedernido y llevaba diez años sin fumar. Un miliciano
piadoso se lo encendió y lo puso en su boca. «Cuando queráis. Dentro de poco
estaré en un lugar muchísimo mejor que éste».
A las 8,23 de la mañana, junto a ciento tres compañeros
de martirio, se puso ante las ametralladoras, algunas de ellas manejadas por
brigadistas internacionales. No pudo abrir los brazos porque los tenía atados
con los nudos de bramante. Gritó «Viva España y Viva El Rey».
Y cayó a saco, con la cabeza rota y el pecho atravesado.
Sus huesos descansan en una de las inmensas fosas comunes.
Sus antecesores en el odio, presumible señora alcaldesa
de Madrid y el Coletas que en Madrid manda, lo fusilaron cuando contaba 57 años
de edad. No había hecho mal a nadie. Ustedes, ahora, los herederos del mismo
odio, lo quieren fusilar de nuevo borrándolo del callejero de Madrid. Toda una
vida cultural desarrollada en Madrid, y de nuevo, la ráfaga de los disparos del
rencor.
Pobre gentuza.
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