CON EL DISFRAZ PUESTO
(¡Historia siniestra, no apta
para niños!)
"Con el disfraz
puesto". Fue lo único que dijo: cuando se le dio la opción de un último
deseo. Atado de manos y con el rostro taciturno esperaba a que le acomodaran la
soga al cuello, mientras, intentó recordar cuando su padrastro, disfrazado, solía
buscarle juego en las noches. Por aquel entonces era muy pequeño y no
comprendía muy bien por qué ese hombre, inmerso en ese juego de las cosquillas,
le tocaba todo el cuerpo y sobretodo la entrepierna. Más adelante habría que
incluir la desnudez en aquel juego extraño, al que él terminó acostumbrándose,
pensando equivocadamente que eso era amor paternal.
Muchos años después cuando
descubrió la verdad, se sintió enajenado y perturbado; era inverosímil haber
creído todo ese tiempo que ese hombre era gentil con él porque lo amaba, y que
sus caricias atrevidas eran intangible muestra de ese amor. Lleno de furia lo
alcanzó en el sofá, por detrás, le rodeó el cuello con una cuerda y apretó
fuertemente, mientras lo sentía desesperado, lanzando zarpazos al aire y
retorciéndose, buscando espantado una partícula de oxígeno. Aún cuando lo
sintió yerto, continuó apretando obsesivo por unos segundos más, luego le dijo
al oído: "Te amo papá", y lo soltó para que su cuerpo terminara de
derretir sobre el sillón.
Se quedó solo en aquella casa
grande, pues su madre había muerto muchos años atrás en extrañas
circunstancias, y ahora solo le quedaba el cadáver pestilente, escondido en el
sótano, de ese hombre que había dejado incómodos rastros por toda su piel.
Hasta que un día empezó a hacerse amigo de niños humildes que caían bajo el
sortilegio de su malévola amabilidad. Y con el tiempo empezó a llevárselos a su
casa, para jugar con ellos, siendo él quien llevara el disfraz puesto ahora.
Aquella pervertida pasión le duró algunos años sin ningún temor, hasta que una
tarde se encontró en el periódico la noticia sobre otro niño desaparecido,
entonces se llenó de zozobra y se encerró en su casa prometiéndose en no volver
a sucumbir ante sus deseos carnales. Pero solo se pudo abstener algunos días,
porque una maldita mañana tocó a su puerta un angelical niño, ofreciéndole en
venta algunos chocolates. Intentó cerrarle de inmediato, pero cómo negarse ante
esa candorosa y dulce voz. Lo invitó a pasar, ofreciéndole un vaso de leche con
galletas.
Adentro, observándolo comer no
pudo evitar recordarse a sí mismo en los tiempos cuando aún podía sonreír y
creer que estaba en un mundo bueno, lleno de helados de colores, dulces
infinitos y personas bondadosas. Fue al armario, se colocó ese disfraz que
tantas pesadillas le produjo en su adolescencia, y que al tenerlo puesto le
daba la sensación de un poder absolutamente oscuro. Regresó al sillón donde el
pequeño ya había caído bajo el efecto del somnífero en la leche, y lentamente
fue dejando que sus manos lo tocaran por encima de su ropa, como alguna vez su
propio cuerpo fue manoseado, luego le fue quitando, una a una, las prendas, con
una sutileza desmesurada como quien descubre una obra de arte que considera
sacra.
Rememoró con desagrado unos
dedos bruscos sobre su piel, una voz atemorizante susurrándole obsenidades al
oído, y ese miedo escabroso que parecía provenir de la oscuridad y que cada
noche le poseía el alma desprotegida, mientras esas manos odiadas poseían su
cuerpo. Por eso él siempre los miraba con odio cuando los ultrajaba, porque
imaginaba en sus rostros, la cara de aquel hombre horrible que torció su
destino para siempre. El niño se despertó somnoliento, se descubrió desnudo y
se llenó de un profundo pavor al divisar ese extraño ser de orejas grandes que
le acariciaba la entrepierna. Creyó que era una pesadilla e intentó dar un
brinco exaltado, pero solo pudo moverse lentamente como si estuviera compuesto
de un denso aire, intentó gritar, pero solo alcanzó a balbucear suavemente
algunas palabras, mientras sus oídos se llenaban de palabras impúdicas. Se
horrorizaba cada vez más y su corazón se abrumaba con un terror indecible.
Entonces, en algún momento su
voluntad alumbró, su instinto de supervivencia tomó el control de su cuerpo, y
con una fuerza ajena pero brutal, empujó a aquel monstruo que, salió aventado
contra el televisor, y sin esperar que se levantara corrió hacia la puerta y se
pegó al picaporte para moverlo consternado, enloquecido, sintiendo deslizarse
por sus mejillas, gruesas lágrimas. Unos instantes después unas asquerosas
manos se asían de su cuerpo, lo golpeaban con algo duro en la cabeza, y lo
arrastraban nuevamente al sillón para retomar ese macabro juego de las caricias
profanadoras, ante lo que ya no pudo oponer ninguna resistencia, pues ese golpe
había aniquilado por completo las fuerzas de su lánguido cuerpo; y justamente
cuando terminaba de aceptar su negro destino, se escuchó una estampida de botas
derribando la puerta y entraron varios policías.
El juicio fue rápido porque él
se declaró culpable desde el principio, aduciendo que lo había hecho impulsado
por la voz del disfraz, por eso pidió ser colgado con ese maquiavélico traje
puesto; y cuando se desvaneció al piso, recordó sonriente estar halando aquella
cuerda sobre el cuello de la bestia pedófila y vió a lo lejos, correr alegre y
libre para siempre, a su propia y tierna imagen infantil.
Autor: Alejandro Hetfield
Castrillón
*imagen tomada de la red
pública*
TOMBOLA
Chevi Sr.
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