TODA LA VERDAD SOBRE LA BATALLA DEL 4 DE ABRIL
La escena sucede en un edificio
de Diwaniya, Irak, el 23 de febrero de 2004. Se reúne el consejo
provincial, bajo la presidencia del gobernador designado por la CPA (siglas de
Coalition Provisional Authority), la administración provisional del país
implantada por las potencias vencedoras de la guerra lanzada por George W.
Bush y Tony Blair, con el beneplácito de José María Aznar, en abril de
2003. El gobernador, dicho sea de paso, es un ex militar norteamericano que
vive atrincherado en una base y sólo sale de ella rodeado de guardaespaldas
armados hasta los dientes, mercenarios a sueldo de la empresa Blackwater.
Se sirve café, a la manera iraquí: en un solo vaso, del que primero bebe la persona de mayor rango (en este caso, el gobernador) y que después se va pasando a todos los demás. Cuando le llega al teniente coronel estadounidense, éste declina el ofrecimiento, lo que será muy comentado luego, y no precisamente en su favor. Puede el militar norteamericano sentir escrúpulo, sin duda, pero también se atiene al reglamento, que le prescribe no beber de lo que no es suyo. Tampoco aceptará jamás fumar del narguilé que tienen los altos oficiales iraquíes en sus despachos, y que forma parte del ritual ofrecer a los visitantes.
El entonces comandante y hoy
teniente coronel Núñez, que es como se llama el oficial de la Guardia Civil,
recuerda así aquellas reuniones: «Hasta el palacio del gobernador te
desplazabas con la protección de un convoy, pero lo dejabas en la puerta
del edificio y había que adentrarse por pasillos y pasillos con la sola
compañía de un par de escoltas. Vendido, en suma, ante cualquier posible
atentado. Al fin llegabas a una sala donde se reunían los notables y el
gobernador. Allí había mucha gente desconocida, y no poca armada. Pensándolo
mal,estabas en sus manos, lo mejor era hacerles ver que no les tenías miedo.
Por eso lo que yo solía hacer era, apenas llegaba y antes de tomar asiento,
quitarme el casco, el chaleco, dejar el fusil de asalto apoyado en la pared y
sacarle el cargador. "Si me matan", pensaba, "al menos que no lo
hagan con mi arma". Y a los escoltas los dejaba fuera de la sala».
«Sois como nosotros»
En contraste, aquel teniente
coronel norteamericano se sentaba con todo el equipo, armado y con un enorme
sargento negro con el fusil prevenido cubriéndole las espaldas. Una precaución
que, por cierto,no impidió que lo asesinaran en una emboscada a la
salida de una de aquellas reuniones. Mostrarse sin miedo y confiado, asegura
Núñez, era mucho más eficaz, porque servía para ganárselos. Uno de los iraquíes
le dijo: «Sois como nosotros, no como los americanos, hacéis bromas, os
relajáis, os dejáis barba, habláis de mujeres, os gusta comer, no como los
americanos, que no se relajan nunca».
Núñez, evocando aquellos días
diez años después, se muestra convencido de que comportarse así «un poco en
plan legionario, y sin ninguna prepotencia hacia ellos», era lo mejor. A aquel
iraquí, por ejemplo, le respondió con tono de complicidad: «Hombre, son muchos
siglos de Al Ándalus, y no te olvides de que al principio dependíamos
del califato de Bagdad».
La historia es uno de los nuevos
materiales incorporados en la reedición (corregida y aumentada) de Y al
final, la guerra (Editorial Crítica, 2014) que el autor de estas
líneas y Luis Miguel Francisco hemos preparado en el décimo aniversario del
final para los españoles de aquella controvertida aventura iraquí, con la
retirada efectuada a finales de mayo de 2004 por orden del gobierno de
Rodríguez Zapatero.
Y quizá el hecho sirva para
explicar, en parte, por qué aquella empresa, la de la reconstrucción y
pretendida democratización de Irak, salió tan pésimamente (más de 6.000 muertos
por violencia sectaria en 2013), y por qué los esfuerzos de los militares españoles
desplegados sobre el terreno, que en muchos casos tenemos la convicción de que
fueron sinceros y sensatos, resultaron al cabo infructuosos.
El punto de inflexión de la
misión para el contingente español en Irak se produjo el 4 de abril de 2004,
con la que bien podría llamarse batalla de Nayaf, la acción armada más
importante vivida por las tropas españolas en el último medio siglo,
cuando los insurgentes del llamado Ejército del Mahdi, la milicia chií dirigida
por el ayatolá Muqtada Al Sadr, asaltaron en fuerza la Base Al Ándalus, en
Nayaf. Un incidente que tuvo unos antecedentes que de nuevo es ilustrativo
recordar, para comprender mejor la dinámica y el resultado de aquella
intervención.
Desde meses antes se venía
observando en Nayaf, y más concretamente en la mezquita de Alí, lugar santo
para los chiíes, la presencia de tribunales islámicos que aplicaban la sharia,
y con los que Muqtada Al Sadr iba extendiendo su poder sobre la
población. Los norteamericanos exhortaban a la Brigada bajo mando español a
neutralizarlos. Por lo delicado del contexto, la operación que se diseñó al
efecto, y que se programó finalmente para el 20 de febrero de 2004, dejaba todo
el protagonismo a la policía iraquí, a fin de no producir el agravio que
representaría la entrada de soldados extranjeros e infieles en recintos
sagrados.
Sin embargo, a la hora de la
verdad, la policía iraquí, muy infiltrada por la insurgencia chií, se negó a
actuar. En ese momento, el general en jefe norteamericano, Ricardo Sánchez,
ordenó al general español, Coll, que utilizara sus tropas para forzar la
situación. Era el modus operandi habitual de los estadounidenses,
que seguían sintiéndose en guerra, y que cuando encontraban resistencia (así lo
demostraron en Faluya, por ejemplo) atacaban con contundencia y con todo lo que
tenían.
Coll llamó a Madrid para
consultar con sus superiores del Ministerio de Defensa, quienes le preguntaron
si en la acción se podían producir bajas. Coll, militar experimentado y
conocedor del terreno que pisaba, no tuvo más remedio que admitir esa
probabilidad. Desde Madrid, en plena campaña electoral, se denegó el
permiso. Cuando los norteamericanos supieron que los españoles se
retiraban, montaron en cólera. Y decidieron tomar las riendas de la situación.
Operación nocturna
Los Navy SEAL, los mismos que
años después se cobrarían a Bin Laden, lanzaron en la madrugada del 3
de abril una operación nocturna sobre Nayaf que llevó a la captura de
Al Yacubi, el lugarteniente de Muqtada en la ciudad. Sus seguidores, que imputaron
la acción a las tropas españolas, acudieron encolerizados a la Base Al Ándalus
para exigir su liberación. Los españoles, desconocedores de aquella acción
norteamericana en el territorio teóricamente bajo su responsabilidad, negaron
su participación en la caza del hombre con el que, justamente, habían estado
negociando hasta fechas recientes para controlar la situación.
De nada sirvió. En la mañana del
4 de abril se inició el asalto a la base, que duró todo el día y que obligó
a los 200 españoles que componían la guarnición a usar sus armas hasta
casi agotar las municiones. La columna al mando del alférez Guisado hubo de
hacer dos salidas, a través de una ciudad hostil, para rescatar a los soldados
salvadoreños que habían quedado atrapados en sus calles, lo que les llevó a
vivir escenas dignas de Black Hawk Derribado, avanzando a toda velocidad con
sus blindados mientras ametrallaban las azoteas desde las que se les hacía
fuego de fusilería y lanzagranadas.
A lo largo del día se recibieron
refuerzos de unidades norteamericanas, mercenarios de Blackwater que se unieron
a los que estaban en la base, señaladores de blancos de los Marines y
helicópteros Apache que se emplearon a fondo contra los insurgentes, igual que
hubieron de hacer los blindados españoles del regimiento Farnesio que defendían
el perímetro. En el combate intervinieron también tiradores de
precisión españoles, que causaron entre los insurgentes un número
indeterminado de bajas, no pocas: un disparo de francotirador suele equivaler a
un muerto. De todos estos aspectos, y de cómo se vivió la batalla desde el lado
iraquí, gracias a un vídeo requisado semanas después por los norteamericanos a
los insurgentes, ofrecemos abundante información inédita en el libro.
A partir de ahí, ya nada fue igual,
hasta la retirada. Si hasta ese momento se había podido trabajar en la
seguridad y la reconstrucción,desde entonces los españoles no hicieron más
que sufrir emboscadas y ataques con morteros sobre sus bases, que
hubieron de repeler como las acciones de ese tipo requieren: con un talante muy
alejado del propio de la misión de paz, y con la tensión del combatiente que
anda ojo avizor y una y otra vez ha de matar para que no le maten.
Es en este contexto en el que hay
que situar el trato a los prisioneros en Base España, con el escándalo que
produjeron las imágenes de malos tratos difundidas en marzo de 2013 por El
País. Aunque no tenemos pruebas para señalar a los culpables de aquella acción,
sometida a una investigación judicial todavía en curso, en el libro se describe
con detalle todo el protocolo de trato a prisioneros, incluidas esas
capuchas que tanto llaman la atención. En frío puede parecer inhumano ponerle
una capucha a alguien para que no vea dónde está, pero si se tiene en cuenta
que el detenido es sospechoso de bombardear con morteros la base en la que está
detenido, se entenderá mejor que no se le facilite averiguar su disposición
interior. La capucha, de tela bastante porosa, lo impide, permitiéndole
respirar.
Con todo, en este capítulo quedan
aún puntos por aclarar: además de los malos tratos del vídeo, las denuncias de
torturas realizadas por Flayeh Al Mayali, el contratista y traductor acusado
de colaborar en el asesinato de los siete agentes del CNI y que tras
pasar una temporada en Abu Ghraib fue liberado por los norteamericanos. Al
Mayali ha difundido, principalmente a través del reportero Gervasio Sánchez, su
versión de los hechos, que también recogemos, pero en esta reedición se ofrece
por primera vez el testimonio de los militares españoles bajo cuya
responsabilidad se hallaba la custodia de detenidos en Base España y que lo
trataron durante su detención. Entre una y otra, corresponde al lector formarse
su juicio.
Y lo dicho vale para el conjunto
de la Historia. Hace diez años, unos militares españoles, arrojados en medio de
una guerra lejana, hubieron de usar sus armas. Hemos recopilado los
hechos: el juicio, y la memoria debida, que ya va siendo hora, corresponde
a la sociedad española.
Javier Brenes Sanz-Orrio
ENLACE DEL COMENTARIO
1 comentario:
Javier, este enlace puede ser de interés. Saludos y gracias por la entrada
https://www.youtube.com/watch?v=QMfZkpvvlVY
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