10 jun 2018

MI VIAJE POR ÁFRICA III






















MI VIAJE POR ÁFRICA III


Wiston Churchill







El Ferrocarril de Uganda

La imagen de Mombasa, cuando se la ve surgir del mar revistiéndose de formas y colores a medida que el barco se aproxima a toda velocidad, resulta muy atractiva e incluso fascinante. Pero para apreciar todos sus encantos, el viajero debería llegar desde el norte. Contemplar las ardientes piedras de Malta, bullendo y centelleando sobre un Mediterráneo azul acero. Visitar la isla de Chipre antes de que las lluvias de otoño hayan reverdecido el suelo, cuando la llanura de Mesorea es un vasto desierto de polvo, donde cada árbol en sí mismo -Aunque solo sea un arbusto espinoso- es un bien hereditario y cada gota de agua, una joya. Caminar al mediodía durante dos horas por las calles de Port Said. Abrirse paso a través del del largo y rugoso surco del Canal de Suez y sentirse sofocado al cruzar la hondonada del Mar Rojo. Permanecer todo el día en las volcánicas tierras de Adén y una semana entre las abrasadas rocas de Somalia del Norte. Solo entonces, tras cinco días de mar abierto, su mente y sus sentidos estarán dispuestos para saludar con una sensación de intenso placer estas riberas de un fresco y exuberante verde. Por todos lados se observa una tumultuosa, húmeda y variada vegetación. Enormes árboles, revestidos de denso follaje y ocultos tras enredaderas, emergen de lechos de verdor abriéndose camino entre la maleza; palmeras entrelazadas por guirnaldas de flores; todo tipo de plantas tropicales que se nutren de la lluvia y del sol; alta hierba entretejida, brillantes manchas de púrpura buganvilla y, en el medio, esparcidos por allí, asomando apenas la cabeza sobre la fértil inundación de la naturaleza, los rojos tejados de las casas de Mombasa.

El barco sigue un canal zigzagueando entre altos farallones hasta descubrir un lugar de amarre seguro, rodeado de tierra, en una superficie de cuarenta pies de agua situada aun tiro de piedra de la orilla.
Acabamos de llegar a la puerta de África Oriental británica, en concreto, al estuario donde desemboca todo el tráfico de los países que se asientan en torno a los lagos Victoria y Alberto y a las fuentes del Nilo. A lo largo del muelle que se está construyendo actualmente en Kilindini, el puerto de Mombasa deberá hacer fluir, en cualquier caso y durante muchos años, la corriente principal del comercio procedente del norte de África. Cualesquiera que sean los beneficios que un gobierno civilizado o una compañía comercial pudieran obtener de los inmensos territorios situados entre Abisinia del Sur y el lago Tanganika, entre el lago Rodolfo y la cordillera Ruwenzori, hasta llegar por el oeste a los afluentes del Congo y por el norte al Enclave de Lado (antiguo Congo Belga), cualesquiera que sean las necesidades y demandas de las numerosas poblaciones comprendidas entre estos límites, a través del modesto rompeolas de Kilindini por donde ha de pasar necesariamente todo este tráfico.

Kilindini (o Mombasa, si se me permite llamarle así) es el punto de partida de una de las líneas de ferrocarril más románticas y maravillosas del mundo. Los dos raíles de hierro que serpentean ente las colinas y la vegetación de Mombasa no alteran la suave monotonía hasta que, tras penetrar en los bosques ecuatoriales, extenderse a lo largo de inmensas praderas y escalar casi al límite de las nieves perpetúas en Europa, se detienen -sólo por una vez- en las orillas del lago Victoria. Nos encontramos ante una ruta rápida y segura por la que el hombre blanco, y todo lo positivo y negativo que conlleva, puede penetrar en el corazón de África con las mismas facilidades y garantías con las que viajaría de Londres a Viena.

Breve ha sido la vida e incontables las vicisitudes del Ferrocarril de Uganda. La arriesgada empresa de un gobierno liberal pronto resultó expuesta a la crítica y fue repudiada sin piedad por sus propios progenitores. Posteriormente adoptada como un mimado huérfano por el Partido Conservador, a punto estuvo de perecer en sus manos a causa de una mala gestión. Se llegaron a invertir casi diez mil libras por milla en su construcción y era tal el empeño de todas las partes implicadas en acabar de una vez la obra y los gastos de ella derivados que, en lugar de seguir la ruta más lógica y natural, a través de la llanura hasta las profundas aguas de Port Victoria, hicieron desembocar la línea a medio camino en el poco profundo golfo de Kavirondo (actual golfo de Winan), y aún fue un milagro que llegara tan lejos. Es fácil censurar, e imposible no someterá crítica, los errores administrativos y de cálculo que empañaron, hasta el punto de echarlo casi a perder, un brillante proyecto, pero todavía resulta más fácil, al cubrir en cuarenta y ocho horas un recorrido que habría supuesto penosas marchas de muchas semanas hace diez años, subestimar las dificultades que el inevitable descubrimiento y las asombrosas condiciones geográficas debieron de plantear a los pioneros. la habilidad británica para "salir adelante" ofrece en este caso una de sus más destacadas manifestaciones. A través de innumerables obstáculos -de bosques y barrancos, tropeles de leones al acecho, y hambre y guerra- a lo largo de cinco años de mordaces debates parlamentarios, a duras penas continuó circulando el ferrocarril; y he aquí que, por fin, de forma más o menos efectiva, ha alcanzado su meta. Otras naciones diseñan proyectos de líneas ferroviarias en África central con tanta inconsciencia y facilidad como si elaboraran programas navales; pero este es un ferrocarril tan "real" como la flota británica, no una idea sobre un papel ni un sueño en el aire, sino una entidad de hierro que traquetea a través de la jungla y la llanura, despertando con sus silbidos los sueños de la región de Nyanza y sobresaltando la primitiva desnudez de las tribus con baratijas "americani" made in Lancashire.

(Continua)



Chevi Sr

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