MI VIAJE POR ÁFRICA III
Wiston Churchill
El
Ferrocarril de Uganda
La imagen
de Mombasa, cuando se la ve surgir del mar revistiéndose de formas y colores a
medida que el barco se aproxima a toda velocidad, resulta muy atractiva e
incluso fascinante. Pero para apreciar todos sus encantos, el viajero debería
llegar desde el norte. Contemplar las ardientes piedras de Malta, bullendo y
centelleando sobre un Mediterráneo azul acero. Visitar la isla de Chipre antes
de que las lluvias de otoño hayan reverdecido el suelo, cuando la llanura
de Mesorea es un vasto desierto de polvo, donde cada árbol en sí mismo -Aunque
solo sea un arbusto espinoso- es un bien hereditario y cada gota de agua, una
joya. Caminar al mediodía durante dos horas por las calles de Port Said.
Abrirse paso a través del del largo y rugoso surco del Canal de Suez y sentirse
sofocado al cruzar la hondonada del Mar Rojo. Permanecer todo el día en las
volcánicas tierras de Adén y una semana entre las abrasadas rocas de Somalia
del Norte. Solo entonces, tras cinco días de mar abierto, su mente y sus
sentidos estarán dispuestos para saludar con una sensación de intenso placer
estas riberas de un fresco y exuberante verde. Por todos lados se observa una
tumultuosa, húmeda y variada vegetación. Enormes árboles, revestidos de denso
follaje y ocultos tras enredaderas, emergen de lechos de verdor
abriéndose camino entre la maleza; palmeras entrelazadas por guirnaldas de
flores; todo tipo de plantas tropicales que se nutren de la lluvia y del sol;
alta hierba entretejida, brillantes manchas de púrpura buganvilla y, en el
medio, esparcidos por allí, asomando apenas la cabeza sobre la fértil inundación
de la naturaleza, los rojos tejados de las casas de Mombasa.
El barco
sigue un canal zigzagueando entre altos farallones hasta descubrir un
lugar de amarre seguro, rodeado de tierra, en una superficie de cuarenta pies
de agua situada aun tiro de piedra de la orilla.
Acabamos
de llegar a la puerta de África Oriental británica, en concreto, al estuario
donde desemboca todo el tráfico de los países que se asientan en torno a
los lagos Victoria y Alberto y a las fuentes del Nilo. A lo largo del muelle
que se está construyendo actualmente en Kilindini, el puerto de Mombasa deberá
hacer fluir, en cualquier caso y durante muchos años, la corriente principal
del comercio procedente del norte de África. Cualesquiera que sean los
beneficios que un gobierno civilizado o una compañía comercial pudieran obtener
de los inmensos territorios situados entre Abisinia del Sur y el lago Tanganika,
entre el lago Rodolfo y la cordillera Ruwenzori, hasta llegar por el oeste a
los afluentes del Congo y por el norte al Enclave de Lado (antiguo Congo
Belga), cualesquiera que sean las necesidades y demandas de las numerosas
poblaciones comprendidas entre estos límites, a través del modesto rompeolas de
Kilindini por donde ha de pasar necesariamente todo este tráfico.
Kilindini
(o Mombasa, si se me permite llamarle así) es el punto de partida de una de las
líneas de ferrocarril más románticas y maravillosas del mundo. Los dos
raíles de hierro que serpentean ente las colinas y la vegetación de
Mombasa no alteran la suave monotonía hasta que, tras penetrar en los
bosques ecuatoriales, extenderse a lo largo de inmensas praderas y escalar casi
al límite de las nieves perpetúas en Europa, se detienen -sólo por una vez- en
las orillas del lago Victoria. Nos encontramos ante una ruta rápida y segura
por la que el hombre blanco, y todo lo positivo y negativo que conlleva,
puede penetrar en el corazón de África con las mismas facilidades y garantías
con las que viajaría de Londres a Viena.
Breve ha
sido la vida e incontables las vicisitudes del Ferrocarril de Uganda. La
arriesgada empresa de un gobierno liberal pronto resultó expuesta a la crítica
y fue repudiada sin piedad por sus propios progenitores. Posteriormente
adoptada como un mimado huérfano por el Partido Conservador, a punto estuvo de
perecer en sus manos a causa de una mala gestión. Se llegaron a invertir casi
diez mil libras por milla en su construcción y era tal el empeño de todas las
partes implicadas en acabar de una vez la obra y los gastos de ella derivados
que, en lugar de seguir la ruta más lógica y natural, a través de la llanura
hasta las profundas aguas de Port Victoria, hicieron desembocar la línea a
medio camino en el poco profundo golfo de Kavirondo (actual golfo de Winan), y
aún fue un milagro que llegara tan lejos. Es fácil censurar, e imposible no someterá
crítica, los errores administrativos y de cálculo que empañaron, hasta el punto
de echarlo casi a perder, un brillante proyecto, pero todavía resulta más
fácil, al cubrir en cuarenta y ocho horas un recorrido que habría supuesto
penosas marchas de muchas semanas hace diez años, subestimar las dificultades
que el inevitable descubrimiento y las asombrosas condiciones geográficas
debieron de plantear a los pioneros. la habilidad británica para "salir
adelante" ofrece en este caso una de sus más destacadas manifestaciones. A
través de innumerables obstáculos -de bosques y barrancos, tropeles de leones
al acecho, y hambre y guerra- a lo largo de cinco años de mordaces debates
parlamentarios, a duras penas continuó circulando el ferrocarril; y he aquí
que, por fin, de forma más o menos efectiva, ha alcanzado su meta. Otras
naciones diseñan proyectos de líneas ferroviarias en África central con tanta
inconsciencia y facilidad como si elaboraran programas navales; pero este es un
ferrocarril tan "real" como la flota británica, no una idea sobre un
papel ni un sueño en el aire, sino una entidad de hierro que traquetea a través
de la jungla y la llanura, despertando con sus silbidos los sueños de la región
de Nyanza y sobresaltando la primitiva desnudez de las tribus con baratijas "americani" made
in Lancashire.
(Continua)
Chevi Sr
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