LA BOHEMIA DE PARIS DE PRINCIPIOS DEL XIX
PARTE I
Era el día de Nochebuena de 1830, y en una humilde
buhardilla del popular Quartier Latin parisino donde convivían
Marcello que era pintor, Rodolfo, poeta, el filósofo Colline, y el músico
Alexandre Schaunard, hacía un frío de mil demonios.
Rodolfo intentaba acabar un artículo que
le habían encargado para un periódico, mientras combatía el intenso frío
echándose el aliento en las manos para poder escribir, al tiempo que quemaba en
la pequeña chimenea algunos de sus escritos antiguos, acompañado de Marcello que
tiritaba mientras pintaba un pequeño óleo. Colline había
salido para intentar vender unos libros, regresando finalmente sin haber
logrado ni empeñarlos, y por fin Schaunard, que había ido a
dar una clase de música, apareció cargado de leña y con algo de comer que había
podido comprar con lo ganado por esa clase y algún otro cobro pendiente más,
restándole aún algún dinero.
Los cuatro amigos brindaron alegres por la momentánea
sonrisa de la Fortuna, decidiendo ir a celebrar la Nochebuena al Café Momus –dios
de los juegos y las risas-, muy cerca de su buhardilla, en el número 17 de
la rue des Prêtres Saint-Germain L´Auxerrois, pero en el momento en que iban a
salir, apareció plantado en la puerta con poco aspecto de permitir el paso, el
casero Benoît, reclamando los alquileres retrasados.
Le invitaron a pasar y a beber con ellos, y cuando
consiguieron un poco de comprensión, sin duda a causa del vino ingerido, le
invitaron a contar las aventuras amorosas de su vida; Benoît se fue arriba,
dando rienda suelta a su lengua e imaginación, revelando sus aventuras
extramatrimoniales verdaderas e imaginarias y los cuatro amigos, fingiendo una
indignación y escándalo moral que no sentían ante estas acciones llevadas a
cabo por un hombre casado, lo echaron de “su honesta casa”, sin pagarle un
franco, claro.
Marcello, Colline y Schaunard bajaron al café Momus, y
Rodolfo aseguró seguirles de inmediato, en cuanto terminara el artículo que
estaba escribiendo y que debía echar al correo a primera hora de la
mañana.
Tras la marcha de los tres compañeros de piso, llamaron a la
puerta, y apareció una hermosa vecina que trabajaba de modista, llamada Mimí,
para pedir prestada una vela. Ambos se quedaron prendados al mirarse,
invitándola Rodolfo a pasar, y al ver el acceso de tos de Mimí le ofreció un
poco de vino del que había sobrado de los brindis. Mimí se recobró tras el
trago, y parecía querer marcharse, cuando comenzó a palparse los bolsillos del
delantal de costura que llevaba puesto, dándose cuenta de que había perdido la
llave de su casa; una corriente de aire apagó la vela de la buhardilla, y
juntos iniciaron la búsqueda de la llave a tientas, en la oscuridad.
Rodolfo la encontró y la guardó en un bolsillo de la
chaqueta, pero no dijo nada y fingió seguir buscándola, intentando rozar la
mano de la joven, que encontró helada al lograrlo; el joven tomó las dos manos
de Mimí, calentándolas entre las suyas, comenzando a hablarle en la oscuridad
de la pasión de su vida, la poesía, y el trabajo que le costaba sobrevivir
dedicándose a ese menester, relatándole a continuación su vida entera. Mimí le
respondió sin soltar las manos, contándole la suya, y allí, en aquella fría y
oscura buhardilla, sintieron haber descubierto el verdadero amor de sus vidas.
Desde la calle, los tres amigos vocearon a Rodolfo para que
bajara, respondiendo éste que lo haría de forma inmediata, pero acompañado,
bajando hacia el café junto a Mimí, con las manos aún unidas.
Sentados los cinco en la terraza del café Momus, en la que
reinaba un gran ambiente, pidieron la cena, y al instante apareció Musetta,
antigua amante de Marcello, acompañada de Alcindoro, un hombre
mayor entrado en carnes, que seguro que obtenía la atención de
Musetta por sus posibles.
Musetta, vestida como una reina, pidió al maître acomodo
cerca de la mesa de los cinco y una vez logrado, intentó durante toda la cena
atraer la atención de su antiguo amante, y aunque él intentaba ignorarla en
vano, ella consiguió turbarle, lo que provocó en Musetta un renovado e intenso
interés hacia él. Pasados unos minutos, Musetta comenzó a cantar un vals
picante, que Alcindoro encontró indecoroso, siendo respondido por la joven con
un grito de dolor, asegurando la imposibilidad de soportar el dolor que le
producía el zapato derecho regalado por Alcindoro, enviándole a buscar otro par
a casa, y así mantenerlo alejado un buen rato.
Musetta aprovechó la ausencia de su patrocinador y amante
para dar a entender a Marcello que aún le amaba, no tardando mucho en
producirse un acercamiento y la consiguiente reconciliación entre ambos; dos
roces, tres caricias y unos besos les recordaron quienes eran el uno para el
otro.
Tras terminar los postres, los mozos del café trajeron las
cuentas de las dos mesas, y Musetta -conocida de la casa por las propinas que
hacía dar a su Alcindoro-, les dio instrucciones para que se las pasaran al
mismo cuando regresara. Una vez resuelto este enojoso asunto, los amigos abandonaron
el café con prontitud, ya formadas las dos parejas seguras de su amor, Musetta
con Marcello y Mimí con Rodolfo.
Dos meses más tarde, en una taberna/baile de las
inmediaciones de La Barrière de l’Enfer, en las afueras de París,
taberna en donde se hospedaban Musetta y Marcello, al amanecer, y cayendo
una gran nevada en París, seguía Marcello pintando carteles que anunciaban el
baile del día siguiente y Musetta le acompañaba, entregándose sin ninguna
pasión a una clase de música que impartía a dos chicas cantantes del
espectáculo de la taberna, mientras un camarero la observaba con mirada
apasionada.
La Barrière d’Enfer son dos pabellones que
formaron una puerta de peaje en el Mur des
Fermiers généraux, en la actual Place Denfert-Rochereau, muro
de 24 kms. y 6 ms. de altura, con 60 puertas, que fue construido entre 1784 y
1789, para que ningún comerciante de géneros -el más interesante el de la
sal, gabelles-, entrara o saliera de París, sin pagar los
correspondientes impuestos.
La barrera entera y todas sus puertas, entre ellas los dos
pabellones neoclásicos que conforman “la puerta” de La Barrière,
fueron construidos en 1787 por el arquitecto Claude Nicolás Ledoux.
Mimì acudió a la taberna para hablar con Marcello y
comentarle la situación por la que pasaba su relación con Rodolfo. Apareció
nerviosa, pálida y con una terrible tos, dirigiéndose directamente a Marcello,
que al verla llegar tan alterada, se detuvo en su trabajo, preguntándole que
era lo que ocurría. Entre sollozos, le confesó que su amigo Rodolfo la
atormentaba y que ya había llegado al límite de lo que podía soportar. Estaba
muy preocupada porque Rodolfo la rehuía y se moría de celos, habiéndose agriado
mucho su carácter, hasta el punto de gritarle a cada instante que ya no
la quería y que se buscara otro amante.
PROMISE
Chevi
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