Con cinco años, ‘Hugin’ se partió las patas. Con nueve, dejó de ver. Con 28 aún trabaja. Recomendaron sacrificarlo, pero su dueño, el jinete danés Bent Branderup, se negó. Se han dedicado la vida el uno al otro
Han inventado la motocicleta, la bici, el coche, el tren y el avión, pero los humanos siguen montando caballos. En ese tiempo han nacido hombres especiales para animales especiales. O es al revés, no importa. Alejandro Magno y ‘Bucéfalo’, Custer y ‘Comanche’, Pablo Hermoso de Mendoza y ‘Cagancho’… Entre ellos se crean relaciones muy profundas, sutiles, casi sobrenaturales. Una de estas parejas estelares la forman ‘Hugin’ y Bent Branderup, que hoy siguen juntos contra pronóstico. Uno de ellos es uno de los jinetes más finos y elegantes de Dinamarca y el otro es un semental blanco moteado en negro de 28 años. Llevan una vida entera jugando contra la lógica y son los protagonistas de una historia bellísima.
Pese a la decisión casi inexpugnable con la que se impulsa adelante en la pista y esa manera de elevar su trote como si volara, ‘Hugin’ es un animal extremadamente vulnerable. De no existir el cincuentón Branderup, el viejo caballo habría muerto hace mucho tiempo. Lo habrían sedado la primera vez, cuando en 1991 sufrió un accidente y se rompió las dos patas y el peroné de la mano izquierda. Los veterinarios recomendaron ponerlo a dormir, pero su dueño se negó. Lo tenía desde hace tres años (lo había comprado con dos años, en 1988) y no se iba a desprender de él tan fácilmente. En adelante, ‘Hugin’ sería su experimento, su compañero y casi su vida. «Descubrí que en ocasiones no importaba tanto lo que un caballo pudiera hacer en doma clásica, sino lo que podía hacer la doma por el caballo», reflexiona el jinete en su página web.
Branderup siguió montando al semental. Con esas lesiones, rehacer su doma fue como reconstruir una copa de champán rota en mil pedazos, un trabajo imposible, pero ninguno de los dos se dieron por vencidos. Se recuperó y, sin embargo, el destino les tenía preparado otro mal trago. En 1995, ‘Hugin’ se quedó ciego de los dos ojos por una enfermedad. De nuevo, los veterinarios recomendaron el sacrificio y de nuevo, el jinete danés dijo que no.
Sin vista, el caballo desarrolla aún más su naturaleza asustadiza. La doma y su monta se hicieron más difíciles, pero Branderup trabajó con él todos los días y siguiendo la máxima de la equitación –«Conténtate con poco y recompensa mucho»–, el corcel volvió a recuperar la confianza. Bent era sus ojos y sus manos. Lo es todo para el caballo. Rara vez se separan y ‘Hugin’ es «el gran señor del establo», según su dueño. Nunca ganarán las olimpiadas de doma clásica, pero en realidad, ¿a quién le importa?
Cruzar Europa hasta Jerez
La fotografía de Branderup –chaqueta, corbata, fusta, anteojos y bigotes volteados–, subido a lomos de ‘Hugin’, sigue siendo una imagen tan atractiva que se ha compartido cientos de miles de veces en las redes sociales. La amistad y la confianza ciega entre ambos sustenta una poderosísima historia que galopa por el mundo entero.
‘Hugin’, ese dálmata enorme, es un bellísimo ejemplar de knabstrupper, una raza muy poco conocida con origen en Holanda que debe su capa a un juego genético llamado el ‘complejo leopardo’ y que se estableció en 1812. Son primos genéticos de los apalusas de EE UU.
El jinete tampoco es un tipo común. Con 14 meses le preguntó su abuelo lo que quería por Navidad. «Un caballo». Esa respuesta condicionó el resto de su vida. Hasta los seis años intentó colar en casa sin éxito gatos, ratones, hámsters y cobayas, un manojo de animalillos que su madre le obligaba a devolver a los vendedores o a quienes se los regalaban. Con seis años la convenció de que quería aprender a montar a caballo. Tuvo que esperar lustros para tener su propia montura. Se encargaba de domar los equinos del vecindario y a cambio, se los dejaban para pasear y salir de caza.
Esa relación se volvió casi obsesiva. Con 18 años empleó su viaje de estudios en llegar hasta Jerez de la Frontera. Allí conoció la Real Escuela de Arte Ecuestre. No volvió a casa. Fue uno de los discípulos de Álvaro Domecq y después recorrió Europa escuchando a maestros como el portugués Nunho Oliveira, uno de los padres de la equitación moderna. Estudió a los clásicos, se dejó el bigote y conoció a ‘Hugin’ con el que se embarcó en una relación que durará hasta que la muerte los separe. El momento no debe de estar muy lejos, pues tiene ya 28 años y los caballos viven 25 de media.
Branderup ha escrito varios libros y ha fundado una escuela de equitación –la Academic Art of Riding– que abre en su finca en Torby, al sur de Dinamarca. Allá recibe a alumnos de diferentes países que aprenden sus lecciones y trabajan de seis de la mañana a ocho de la tarde. Todos quieren montar a ‘Hugin’, pero el anciano knabstrupper tiene solo un jinete. La vida les hizo el uno para el otro.
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