30 jun 2018

MI VIAJE POR ÁFRICA VI





















MI VIAJE POR ÁFRICA VI



…penetra en una zona de pastizales. Inmensos campos de verdes praderas, agostadas y blanquecinas en esta estación de escasas lluvias, cruzados por arroyos y riachuelos que discurren entre oscuros árboles con apariencia de pinos y arbustos similares a los tojos, y divididos, configuran el nuevo panorama por abruptas rocas y lomas. Aquí comienza el maravilloso e incomparable espectáculo que el Ferrocarril de Uganda ofrece a los europeos: Las llanuras están repletas de animales salvajes.
Desde las ventanillas del vagón se puede observar el despliegue de un completo parque zoológico. Manadas de antílopes y gacelas, tropas de cebras -de hasta cuatrocientas o quinientas en ocasiones- miran pasar el tren con suma placidez, o se alejan retozando unos cientos de yardas para acabar acercándose otra vez. A menudo se detienen a poca distancia de las vías. Con la ayuda de unos prismáticos se puede comprobar que por doquier ocurre lo mismo: se distinguen interminables filas de negros animales salvajes, rebaños de rojizos kongonis -los antílopes de Sudáfrica-, avestruces salvajes caminando con parsimonia en grupos de dos o tres y toda clase de pequeños ciervos y gacelas. Las cebras se acercan tanto que podemos admirar sus rayas a simple vista.
Hemos llegado a Simba, "El refugio de los leones", donde nada impide que los pasajeros puedan ver uno, o incluso media docena, merodeando por la llanura mientras los animales más pequeños los observan con respeto. De hecho, en otros tiempos existía la costumbre de detenerse allí para perseguir al majestuoso bribón, cuando se lo encontraba, y numerosos leones fueron arrastrados a la gabarra con aire triunfal antes de que el guardia, el conductor o cualquier otro empleado pudieran reparar en el sistema de señales, horarios y demás inoportunas restricciones de los servicios púbicos. Más tarde, en el crepúsculo del atardecer, descubrimos una docena de jirafas retozando entre los dispersos árboles a menos de cien yardas de la vía y de, en Nakuru, nos tropezamos con seis dorados leones que avanzaban despreocupadamente entre los raíles a plena luz del día. Solo falta el rinoceronte que, tras haber medido en vano sus fuerzas con la máquina, apenas se deja ver y, aunque de mala gana, ha acabado por recluirse en los lechos de los ríos y en las imperturbadas soledades que, hasta una distancia de dos o tres millas, rodean por todas partes el Ferrocarril de Uganda. 
Nuestro vagón permaneció tres días en un apartadero de la estación de Simba para que pudiéramos examinar más de cerca la fauna local. 
Uno de los mejores métodos para cazar en esta parte del mundo, y sin duda la más fácil, consiste en circular en una vagoneta por los raíles de un lado a otro. Los animales están habituados al paso de trenes y nativos por la larga vía que, en general, no les prestan mucha atención a menos que el tren o la vagoneta se detengan, lo que enseguida despierta sus recelos. El cazador debe, por tanto deslizarse sin permitir que el vehículo ni el resto de la partida se detengan, ni siquiera un instante; de esta forma, a menudo se hallará a doscientos cincuenta o trescientos metros de su presa y, a partir de ese momento, el resultado, el resultado ya solo dependerá de su pericia, o de su falta de ella, en el manejo del rifle.
Existe otro método que pusimos a prueba el segundo día con la esperanza de cazar un antílope cob y que, en esencia, consiste en vagar al acecho entre la maleza y los árboles próximos al río. En pocos minutos uno se puede sumergir en un género de bosque de lo más salvaje y abrupto. El aire se vuelve estancado y tórrido. El sol, en un instante, parece imponer su justa prerrogativa. En las zonas descubiertas, el calor relumbra sobre la arena seca y las pozas de agua. Alta hierba, enormes piedras, marañas de vegetación y multitud de arbustos espinosos obstruyen la marcha al tiempo que el propio suelo,erosionado y esculpido por las hierbas, da lugar a las más extrañas formaciones. A la altura del pecho y de los hombros, por encima de tu cabeza, todo a tu alrededor se yergue la jungla Africana. Se percibe un silencio preñado, roto tan solo por el chillido de un pájaro, el ladrido gruñón de los babuinos o los crujidos de los propios pasos sobre el quebradizo suelo. Penetrábamos en la guarida de los animales salvajes donde, a menudo, es facil distinguir sus pisadas y huellas o los despojos de sus presas. Por aquí ha pasado un león desde la mañana. Ahí, sin duda, ha estado un rinoceronte en la última hora, quizás en los últimos diez minutos.






Bohemio de Afición





Chevi Sr.

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